Me pregunto cómo debe sentirse el viento al ver que sus intentos de conversar fluyen entre nuestros poros de desatención social a lo invisible. Y si hay alguien que ha llegado a comprender ese sentimiento. Quizás alguien que se haya sentado enfrente de una ráfaga a preguntárselo. Personalmente, soy de los que piensan que somos aire, además de tierra. Además, suelo considerarme sensible a las invisibilidades, si es que no soy yo mismo una. Pero también es habitual en mí discrepar de mis propias consideraciones y nunca estoy seguro del momento en el que parar. De ser autocrítico.
Porque eso es algo que pesa. La invisibilidad. Al menos para mí, se ha convertido en una carga que, más allá de la evidente imposibilidad de ignorar, se hace tan tangible, tan fuerte entre mis manos (o lo que creo que son mis manos), que desconozco hasta qué punto hay una fusión entre nosotros y toda mi existencia está basada en eso. En lo invisible. Como otro intento vano por parte del viento, de establecer alguna comunicación con alguien en una mañana fría de invierno.
Tangible no es lo mismo que material. Es más, si tuviese reputación en los círculos de lingüistas del país, o generase algún tipo de influencia en la esfera pública, o (dejémonos de engaños) me acompañase el escándalo mediático y una abultada nómina me permitiese emplear mi tiempo en sutilezas sociales, entonces propondría los conceptos de tangible y material como antónimos. Porque cuando hablo de que la invisibilidad se hace tangible y fuerte entre mis manos no me estoy refiriendo al hecho de poseer algo en un momento determinado, como si ahora fuese a la cocina y cogiese una manzana del frutero.
Eso, sin duda, sería algo material. Una posesión patente y que se concreta en un uso determinado y durante un momento previsto. Por ejemplo, cada día tocamos el capitalismo, lo desenvolvemos, adornamos nuestras casas con él, lo masticamos y ya está. Una fracción de segundo. Quizás menos. Mañana es hoy y ya no hay nada. Pero yo no ejerzo poder sobre esa invisibilidad. Es una conjugación. Entiendo que mis manos no son, en ese momento, sino una metáfora. Otro elemento más en una bella referencia al acto de amor que es poder establecer algún vínculo con ese invisibilidad.
No creo que pueda decir que me gustaría ser invisible. No sé si ya lo soy. Siempre he considerado el sentido de la vista como el más susceptible de nuestros indicadores biológicos. A lo que yo llamo claroscuro puede, perfectamente, no ser más que una conversación entre ráfagas de viento. Un grito desesperado en medio de una sordera confusa que no distingue lo invisible de lo visible. Lo que es con lo que se creyó que era.