Yo siempre estoy pensando. A veces dudo de si estoy invitado a ese torrente ajeno que circula por mi mente. Estoy de acuerdo con la idea de que es posible detenerlo, pero hay momentos, circunstancias diría yo, en las que es imposible hacerlo. No es una postura subjetiva. Es la voz de una experiencia, la mía en este caso, que constantemente se descubre incapaz de frenar todo ese flujo de pensamientos que no se detiene. Que llega y se marcha, para regresar más tarde y partir de nuevo.
Me molesta especialmente el sentimiento de fluidez escapatoria. Me refiero a esa sensación de creer que se tiene algo en las manos pero no poder agarrarlo y controlarlo porque fluye. Fluyen ante mi incapacidad los pensamientos, no para alejarse. Se mantienes cerca, pero nununca controlables. Quizás el olvido sea un pensamiento que se ha alejado. Pero todavía es excepcional. Supongo que a mi edad lo común es que todas esas ideas existan cerca de uno mismo, pero que resulten inalcanzables.
La calle es una estricta representación de ella. Una franquicia cafetera abre hasta tarde y mientras la persiana no se baja, aunque no entre y salga nadie, siempre hay alguien sentado a la puerta con un vaso delante. En la esquina está la boca del metro y un grupo de chicos y chicas se han vestido para la ocasión. La ocasión de vivir algo que van a olvidar al cabo de unas horas a base de una borrachera. Cuando los veo me pregunto qué pensarán. Qué pensará la persona sentada en la puerta de la cafetería después de saludarme y devolverle el saludo pero no pararme junto a ella. Qué pensarán los chicos y chicas al día siguiente, cuando se levanten y no recuerden nada. ¿Serán esos pensamientos alejados o son de los que escapan, expulsados por la fuerza del alcohol?
Se me hace larga la espera pero no siempre estoy seguro de lo que estoy esperando. Quizás sea porque produzco muchos más pensamientos de los que podría retener. Me pregunto, también, qué será del resto que no plasmo en algo como este escrito, en una conversación o en qué se yo. Puedo imaginármelos ardiendo en cualquier rincón de un lugar indescriptible. ¿Por qué iba a llegar yo hasta allí? ¿Y para qué? Para qué recuperar la idea en la que soy una muralla que se se derrumba constantemente y que vuelve a construirse al momento. Qué de bueno tiene el hecho de que vuelva a pensar en la persona sentada en la puerta de la cafetería en el momento en que le devolví el saludo pero no me acerqué. Por qué vuelvo a pensar en una amistad de toda la vida al recordar a los chicos y las chicas en la boca del metro y siento que brota otra vez en mí la idea de secuestrar el tiempo para que no corra tan rápido y no me aboque a este olvido crónico.
¿Dónde van a parar los pensamientos que no se han pensado en su totalidad y ya han desaparecido? ¿Qué hacía la persona que vivía antes que yo en este piso tal día como hoy? Claro que ella no vivió este día. Pero me pregunto si en algún momento también sintió que sus pensamientos se le escapaban entre las manos y que todo era un intento vano por agarrar y controlar lo que fluye por naturaleza. Qué naturaleza tan sometida al olvido.
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