lunes, 6 de abril de 2020

Reflexiones desde el confinamiento (III)

Me pregunto si el tiempo tiene el mismo valor, ocupa la misma medida que le asignamos habitualmente, en un momento de crisis, tanto a nivel individual como colectivo. Me pregunto si dura lo mismo un día de aburrida y transitoria rutina, que un miércoles de confinamiento, de suspensión de las labores habituales, de aparente desconocimiento respecto a aquello con lo que se van a ocupar las diferentes franjas de tiempo en las que limitamos los días.

"Cuestión de sensaciones", podría decirme alguien. Y, en parte tendría razón. El paso del tiempo, además de ser una realidad patente en nuestras vidas, también es una sensación. Se ralentiza en las actividades que se relacionan con lo obligado. Se acelera en los momentos que aluden al disfrute y al placer. Se detiene por completo, y dolorosamente, ante la preocupación y lo sobrevenido e inesperado de la muerte, la pérdida. Pero no puedo referirme aquí a la sensación del paso del tiempo porque podría concluir con esta afirmación; para una persona que, en estos momentos, está siendo víctima de abusos y violencias, de opresión y de negación de su condición humana innegable, el tiempo está siendo mucho más lento que para mí, con mi confinamiento, mi trabajo a distancia y todo lo que se quiera añadir en el marco de mi situación.

Así que, no puedo referirme a la sensación de paso del tiempo, porque lo responsable y lo sensible, pienso, hubiese sido haber dejado de escribir ya. ¿Lo ves? Sigo haciéndolo. Mi pregunta está enfocada a comprobar si de alguna manera, el tiempo que se acumula en esa medida llamada día, varía más allá de la sensación que suscitan las circunstancias. Si varían en función de la realidad que se afronta en el momento de vivir ese día. Pero, ¿cómo saber si el día del vecino que sale al balcón y grita que se aburre, es en verdad diferente (en su carácter temporal) de otro día en el que va a estudiar o a trabajar con normalidad? ¿Cómo saber que su lamento no se corresponde precisamente con la sensación agravada por el confinamiento?

Esto me lleva también a preguntarme cómo el tiempo (o la sensación del tiempo) altera también la demostración de valores, creencias, emociones. En definitiva, todo lo que diríamos que configura nuestro carácter. ¿Son las muestras de solidaridad que pueden verse estos días extemporáneas, o responden estrictamente a la situación? ¿Habrá aplausos para quienes pasan desapercibidos habitualmente, cuando todo esto pase? ¿Y lloro por las residencias abandonadas a su suerte? Claro que siempre habrá gestos minoritarios, pero a lo que me refiero aquí, la percepción de estos días, es a esa recuperación del sentido de cuidado colectivo que debería ser implícito en toda sociedad.

Nuestros esfuerzos por generar esperanzas momentáneas y 'situacionales' necesitan la correspondencia de un consuelo de carácter eterno. Porque, en días en los que la muerte es tan patente, se hace también igual de evidente que el carácter de la mente humana no tiene una impronta transitoria, a pesar de la conciencia de su efímera condición física. Y con esa realidad eterna de fondo, gritando en el marco de nuestras creaciones literarias, de nuestros sufrimientos, de nuestras muestras de amor y gratitud, la idea de que la medida del tiempo no puede depender de cómo se percibe su paso, cobra un realismo incontestable. Así también, desde la honestidad, se debe percibir la necesidad de un consuelo intemporal, que siempre haya existido y que siempre vaya a existir, para los sufrimientos que ahora nos parecen derroteros de una profundidad insondable.

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