Gran día de la Constitución el de hoy. Prácticamente
todas las fuerzas políticas del país han presenciado la celebración de la carta
magna redactada en el 78 con la bandera española ondeando como nunca en el
fondo del marco. Bonito retrato para un país como el nuestro, dado que,
supuestamente, no somos más que una bandera.
No sé hasta qué punto resulta relevante una jornada
como la de hoy. Celebramos una bandera que está rota y fragmentada. Una
Constitución que unos aspiran a restaurar y otros a conservar, pero que todos
infringen. Y como maestros de ceremonia nos dirigen unos abanderados muy
apropiados.
En vísperas de la primera navidad de los grandes
recortes y una población cada día más herida tenemos que asistir, completamente
pasivos, a ver como hoy se reúnen todos aquellos que durante la semana han
estado creando más frentes de guerra, controversias y discrepancias entre el
público. Si esto es la hipocresía de la vida sigo negándome a aceptarla.
Mayor atención requiere uno de los abanderados en
particular. Ya nos hemos referido en más de una ocasión a él desde La letra pequeña pero es imposible,
inmoral y nada ético pasarlo por alto. Parece que José Ignacio Wert se ha
propuesto salir en la mayoría de titulares y portadas de los medios porque,
francamente, es el primer ministro de educación, cultura y deporte del que
escucho hablar más que el propio presidente.
Su última estrategia, de la cual me abstendré de
hacer comentarios, parece no ser más que una contestación política al fallido
intento de Artur Mas de plantar cara a Madrid. Pero cabe el riesgo de que esa
propuesta acabe resultando en una realidad. Una cruda realidad. Y a todo esto
no podemos hacer más que callar y escuchar como el propio Wert declara ser
“como un toro bravo” que cuando escucha la queja del público y le castigan se
crece todavía más.
Pero tranquilos, no pasa nada. Hoy es el día de
nuestra Constitución. Hoy los colores de nuestra bandera relucen al sol como
nunca. Una constitución que no es capaz de garantizar el porvenir de una cultura
ni de una lengua. Una bandera que nunca dejó de verse en blanco y negro. Y unos
abanderados que ni han cambiado ni cambian, pese a hacernos creer que cada
cuatro años se renuevan.
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