Hoy es 8 de noviembre de 2014. Mañana, si amanece, será día 9. El día en que la mayoría del parlamento catalán nos ha llamado a los ciudadanos a manifestar nuestro punto de vista sobre cuestiones como el federalismo, la independencia o la perseverancia en el estado actual de comunidad autónoma. El referéndum, catalogado por muchos como la fiesta de la democracia, es la herramienta escogida para ello. Pese a los varios intentos del Gobierno del Partido Popular y del Tribunal Constitucional de frenar la votación, la Generalitat ha mantenido el propósito de sacar las urnas a la calle mañana.
La participación ciudadana es y debería ser incuestionable (lavanguardia.com |
Con este tipo de informaciones hemos llegado al día tan esperado por la curiosidad de todos, tanto opositores como partidarios. Mucho se ha teorizado al respecto. Dudo que las columnas de los periódicos puedan ofrecer algo nuevo ya. También muchas de las portadas de la librerías se han enfundado la 'senyera' para divagar y dar rienda suelta a las ideas sobre el "sí", el "no", las certezas, las incertidumbres y ese imaginario nacional-patriótico alrededor del cual se han construido montones de teorías favorables y contrarias. Muchos periodistas han cambiado su rigor y su criterio por una bola de cristal siniestra y autoritaria que no ha aceptado ningún atisbo de escepticismo. Pero ahora todo ello comienza a derrumbarse.
Porque hemos deformado la democracia. Nosotros por comodidad, nuestros dirigentes por conveniencia personal y sospecho que cierta maldad, hemos convertido la democracia en un sistema limitado a un voto cada cuatro años que no exige ninguna responsabilidad a los sujetos de votación durante ese periodo. La propuesta de mañana supone una brecha, dentro de las paredes del sistema, claro. Pero una brecha. La relevancia del referéndum no recae sencillamente en el destino de una nación. Cataluña, como tal, ya ha atravesado episodios como este a lo largo de su historia. En ocasiones ha salido mejor parada que en otras, pero sufrir la negativa a su carácter más autosuficiente no es nuevo. Lo que la ciudadanía catalana entrega a la historia en el día de mañana es el bonito arte de decidir por sí misma, más allá de una lucha entre élites políticas que nunca acabaría.
Por lo tanto es importante tener presente el sentido, el auténtico significado de lo que se aplicará mañana, si amanece y la justicia no es interrumpida una vez más en sus labores. La participación en el día de mañana supone, además, otro bonito arte, como es el de desobedecer al poder y a sus leyes cuando estas, como decía Gandhi, son injustas. Y manifestar, ya sea a través de una voluntad de independencia o bien a través del deseo de respetar el medio ambiente (como hemos visto con las prospecciones petrolíferas en Canarias, que también han sufrido la injusticia de la falsa legalidad del Gobierno de Madrid), las voluntades, deseos, opiniones o creencias de la sociedad. Recordando siempre que la ciudadanía somos el 'demos', es decir el pueblo propietario del "krátos", el poder, y eso es algo innegociable, incuestionable y, por supuesto innegable. Así pues, exijo al Gobierno español que deje realizar los referéndum y que enriquezca su cultura de participación ciudadano proponiendo nuevas consultas sobre temas que son tan necesarios para el país, como por ejemplo si debe haber monarquía o no, si debe haber ejército o no, y si debemos cambiar el sistema de votación o no.
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