Sobre el periodismo, decía Kapuściński que los cínicos no sirven para este oficio. Que la pose de intelectuales que debaten entre sí para ver cuál de ellos ha llegado más lejos en su propio razonamiento y lógica por comprender y juzgar lo que pasa en el mundo, mientras beben una taza de té selecto o una copa de champaña en un reputado café de la ciudad, con cuadros abstractos colgando de la pared y un camarero vestido de smoking pero que cobra menos de 900 euros al mes, es en realidad una fiesta de élites, privada y con un punto de macabro.
Y son esos, esa clase de no-periodistas revestidos con su capa de doctores y filósofos del saber general y con mazo de hierro en sus manos, quienes más me molestan. Aquellos y aquellas que han creído comprender el oficio como una suerte de maizal, denominación de origen protegida, al que tan sólo ellos y su cortesanos pueden acceder. Que se mueven en la línea de la información superflua y banal, sin ningún carácter de profundidad ni de conocimiento real de los acontecimientos, pero que juzgan, inmisericordes y sin piedad, todo cuanto existe y ocurre a su alrededor.
Todas estas personas, encadenadas a sus pesados e insaciables "egos", carecen de la sensibilidad que el oficio del periodismo requiere. Una sensibilidad que se demuestra en el día a día de la rutina informativa, conociendo a aquellas personas que comparten un periodo de experiencia vital y tratando de comprenderlas en sus respectivas situaciones, emociones y momentos. Kapuściński lo hacía como corresponsal, mayoritariamente en África, pero es una actitud aplicable a todos los ámbitos. Desde el más local hasta el más internacional. Porque todos son espacios habitados por personas, que es la materia prima de este oficio. Un materia prima que no se explota y utiliza como los minerales, sino de la que se aprende, con la que se comparte, de la que se recibe y también a la que se le da.
Cada vez se hace más estrecho este círculo. Los empresarios de los pequeños, medianos y grandes medios de comunicación, en general, se rinden a la visión del negocio. Los actores del ámbito político e institucional están tratando de sacar todo el partido posible de la situación de fragilidad del sector, y han vuelto a desarrollar actitudes propias de una censura fascista. La materia prima, las personas, desconfían de nosotros por las malas y repetidas experiencias de morbo y amarillismo. Y entre nosotros, los periodistas, hay una pugna latente de clases entre quienes viven por firmar un artículo o poner voz y cara a una noticia, y quienes han comprendido que en la información también hay acompañamiento, comprensión, desplazamiento, sufrimiento y emoción. Todo en primera persona. No vale ser un narrador omnisciente. De hecho, no se puede. O se es para uno mismo, o se para y junto a los demás. Quizás los perfiles de intelectuales insensibles y dispuestos a sorprenderse entre sí mismos de su propia capacidad de hostilidad, no estén hechos para este planeta y deban emigrar a un mundo periodístico mucho más puro (y ario). Por favor, que nos dejen este a quienes queremos trabajar con y para las personas.
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