Soy tan frágil como lo demuestran mis palabras. Todas y cada una de ellas. Incluso estas mismas. Con sus luces y sus sombras. Los altos y los bajos. Su épica circunstancial y su idiosincrasia prudente. Todo ello cristal. Vidrio maleable al calor del fuego. Un activo insumiso y sujeto, al mismo tiempo, a la violencia del momento. Y es que se me pide que escriba. Me lo pide el espíritu. Me lo pide la supuesta responsabilidad de una rutina que ha de "darme el sustento". Y ante toda esta visión paradójica, me descubro frágil.
Se me pide que escriba contra el sistema. Contra el capital dominante y el (neo)colono imperialista. Contra el vecino de escritorio que no satisface su opulencia egocéntrica y sigue con la disposición del prejuicio. Se me pide que escriba contra mí mismo, cuando me canso y me dejo llevar. Cuando, saturado, acepto lo inaceptable y curto mi piel para insensibilizarla de todo lo que me debería inquietar. Contra el "yo" repentino y mediático, que creyendo jugar a la trampa de la ley que nos ordena, es cazado sin darse cuenta.
Se me pide que investigue al político, al cargo público en su acción. Y cuando encuentro una diana sobre la que lanzar se me exige una falsa misericordia, de conveniencia, con una palmadita en la espalda. Se me pide que busque y muestre el hecho, el acontecimiento, en su justo esplendor, pero después se me pasan cuentas por las formas y se me recuerdan los límites. Vuelvo a pasar por esa camisa a medida que muchos llaman "periodismo". Yo aún no he encontrado un nombre para algo así. Pero barajo algunas opciones, como "informismo" o "noticismo". Creo que hay una diferencia grande entre limitarse a informar de algo y hacer periodismo.
El mundo me pide el oro y la cima de la montaña. La exclusiva y el titular. El perro de presa y el tweet. La pregunta incisiva y la barba recortada. Que cargue con lo incómodo y, al mismo tiempo, una foto en facebook. Al fin y al cabo, todo ello me parece un teatro extraño y malvado, pero premeditado y con la función de no generar más desmarque del conveniente. Un juego que te embiste entre el plasma y el clic del ratón.
Cómo no voy a ser frágil ante esta confusión, este panorama de decepción y sorpresa, de poder y sometimiento, de hipocresía e integridad. Sin memoria, cuesta creer que nada de esto sea nuevo. Y no es más que el mismo y único capítulo del libro que está ahora abierto sobre la mesa. Pero éste está cerrado ante algunas líneas universales. Como, por ejemplo, que ni el empleo, ni la rutina ni la puesta bajo presión constante para "evaluar" nuestras capacidades de reacción, jamás nos definirán. Siento que en la fragilidad encuentro la fortaleza, una fuga de la presente y próxima opresión hacia lo que dignifica, en medio de este escenario con delirios de grandeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario