Creo que somos como supernovas. Debemos ser productores de alguna clase de luz propia, combustible y limitada, manifiesta en todos y cada uno de nuestros movimientos. No estoy hablando ahora en términos espirituales, sino en lo que se refiere a la mera existencia. Vuelvo del trabajo a casa en bicicleta. En los bancos que hay de espaldas al carril, justo al lado, una mujer se come un helado a media tarde mientras un bebé duerme en su carro, ajeno al mundo entero y toda su magnitud, y más adelante dos adolescentes se miran con esa mirada tan bonita y propia de esa edad. Por eso, no es un anuncio pasivo el decir que una supernova busca un espacio en el que explosionar. Es un mensaje absolutamente activo, que requiere de iniciativa y lo más importante de todo: voluntad.
No es que piense que somos como supernovas únicamente por la clase de luz que se puede desprender de nuestra actividad. Nuestra apariencia existencial también me lo sugiere. Hemos aparecido de pronto, en un momento determinado, cubriendo un vacío que antes no se completaba de nada más que semejante. De la misma manera, mientras venías en bicicleta o estaba sentado en el tren observando el vagón (y no el paisaje), he comprobado imágenes de seres que no se habían proyectado hasta ahora en mi camino y que puede que no lo vuelvan a hacer jamás. Pues eso, como una supernova. Pero en un fenómeno carnalmente más cercano, más entrañable de lo que sería poder llegar a ver una explosión en el espacio, con todo su color y su esplendor.
Sin embargo, considero que hay algo que nos hace extremadamente similares a una supernova y su proceso, convirtiéndonos, quizás, en una gradación o en un determinado porcentaje del carácter de ésta. Me refiero al hecho de explosionar, o explotar (la primera forma de la palabra tiene una mayor connotación cósmica) ¿Acaso no construimos nuestro propio universo, nuestra propia realidad estelar a partir de explosiones? Me temo, o me alegro, que sí. Incluso cuando no nos damos cuenta de ello.
Al igual que los albañiles que también he visto pasar mientras iba en el tren, con su mecánico sistema de ubicación y fijación de las tochanas, van alzando una pared, una casa, un castillo, también nosotros viramos alrededor de unos presupuestos 'marca de la casa', autofabricados en base a lo que consideramos que puede servirnos para este objetivo. Experiencias, acciones, recuerdos, conocimientos o emociones, son tomadas como notas de nuestra canción, para alimentar y ornamentar nuestros ritmos y acordes. Y, de repente, todo salta por lo aires. Porque el mayor error, creo, que puede cometer una supernova, o aquello que se le asimile en esencia, es olvidar que estallará. Y a esto añado la idea de que nuestros propios universos construídos son carne de cañón de supernova. Un elemento pajizo que revolotea una hoguera.
No quiero transmitir una visión negativa de estas explosiones. Siempre he considerado que un estallido a tiempo puede salvar gran parte de una vida, sino entera. Obviamente no me refiero a explosiones físicas y reales, sino al desarme de toda una ficción cognitiva tras la que no escudamos, en muchas ocasiones, bien para observar, bien para tender una mano o bien para pedir una disculpa que apacigüe al universo entero. Por eso, el anuncio de "Supernova busca un espacio en el que explosionar" es una declaración de intenciones que demanda acción, y no una espera a que surja un lugar y un momento en el que, como sucede con las supernovas reales y todas su simple grandilocuencia, sencillamente sentarse a estallar. Me gusta pensar que la explosión sin construcción previa es un vacío destructor.
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