Nuestra comunicación está sobrevalorada. Es más, creo que en algunos aspectos, como en la cantidad y el contenido, se ha vuelto tóxico. Otro elemento hipócrita de un sistema que se enfoca en la producción masiva.Creo que trabajamos para producirnos unos medios con los que garantizarnos un cierto nivel de placer/comodidad. Pero luego también debemos producir unas sensaciones cada vez mayores con nuestros momentos de comodidad/placer. Si no no es válido. Y a la hora de comunicarnos, se trata de producir contenidos. Y considero que esto acaba resultando una carga pesada. Yo siento como pesa. Un yugo desde el punto de vista social, que no es lo mismo que un yugo social porque, en al menos una parte, creo que se nos ha impuesto desde los poderes establecidos.
No puedo decir nada que no se haya dicho yo. Sobre la cultura del ‘post’ creado a propósito para decir algo, cualquier cosa en la s redes sociales o cualquiera de los canales que existen. O bien esas salutaciones protocolarias cuando se encuentra a alguien en la calle y se parlotea sobre algo que realmente no se quiere hablar. Y todo por no caer en el silencio. Por evitar esa visión negativa que se tiene del silencio. Tampoco es nuevo lo de que el silencio también es un canal de comunicación. Simplemente, ahora quiero referirme a ello como una de las mayores muestras de confianza que existen. Confianza entre nosotros y con aquello con lo que nos atrevamos a establecer una comunicación.
Me siento aislado cuando, en el tren de regreso a casa, el ruido invade el vagón. A veces es obsesivo-paranoico, lo admito. Pero todo el espacio parece ser invadido por montones de pantallas brillantes que emanan ruido. Visual y acústico, pero ruido. Y las conversaciones de tren, en las que los viajeros ocasionales especulan con lo que esperan encontrar a su llegada y no detienen su imaginación en un desenfreno de pensamientos verbales totalmente inútiles.
En cambio por las mañana, cuando parece que una mano invisible nos haya sacado a todos de nuestras camas para vestirnos y colocarnos en los asientos del tren sin despertarnos, surge una comunicación que me parece de las más fluidas del día. Obviamente no con los pasajeros. No soy un místico del ferrocarril. Sino, repito, con lo que se busca. En mi caso, principalmente son sueños relacionados con experiencias que muchas veces no recuerdo, por eso la comunicación goza de mayor intensidad. También desde un punto de vista de memoria, a partir de vivencias. Y Dios, que está en todos esos momentos, a través de una comunicación espiritual que, en mi caso, donde más cómoda se encuentra es en el silencio, conectando también con esas experiencias, sueños y personas con las que se establece una comunicación.
He aquí un ejemplo real. El tren se ha dormido. Nadie grita. Ninguna pantalla reluce, fría y estéril en el ambiente. Entonces comienzo a soñar y me imagino hablándome a mí mismo de niño, sobre los giros y vueltas de mi camino hasta ahora. O bien miro por la ventana y encuentro el recuerdo de una tarde de paseo con Diana, planeando el ahora. Y pienso en mi madre y comienzo a sentir el abrazo de cada mañana, al llegar a casa antes de ir al trabajo. Y en todo ello está Jesús, y el cojo, que todavía baila, y también veo a Bartimeo. Y cuando me impongo el decir o pensar algo al respecto, entonces callo porque creo que ya lo he dicho todo.
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