¿Acaso puedo controlar el retroceso de las olas? Ni siquiera me he parado a intentarlo. Pienso en el carácter de esta vida. Si no es como una ola. Y detesto pensar algo así. Y detesto recurrir a metáforas tan típicas e inútiles, porque nada de esto tiene que ver con una de esas olas que van y vuelven en el mar. Para empezar, no somos el mar. ¿A qué compararíamos el sufrimiento? ¿A la espuma de una de esas olas? ¿Y qué hay cuando rompen con las rocas de la orilla y estallan en mil pedazos de gotas todavía más pequeñas que el pedazo en sí?
No hay comparación. No hay metáfora, aquí. Todo es un esfuerzo por volver a hablar del sufrimiento. Me pregunto si, quizás, lo que genéricamente hemos denominado alegría no será otra forma, menos agresiva, más placentera, totalmente disimulada por otros condicionantes, de sufrimiento. Quiero decir, cuando apenas has comenzado a ver algo del sol, por muy poco que sea, ¿no aparecen nuevas torres y murallas alrededor, o dentro, de tu propio terreno? Y dale con la metáfora. Tan innecesaria como precocinada. Tan retocada como artificial. El texto lo nota. Me lo repite siempre. Y no le hago caso.
Fluye. Ni todo es un extremo de sufrimiento que te conduce incluso a perder la noción de la sensibilidad y te improvisa en una nueva persona, ni nada es el otro extremo, el de una ausencia total de sufrimiento, que acaba con el desarrollo de todo empatía. Sencillamente fluye. Una aguja baila en el tiempo y la torre que ayer te hacía sombra hoy se cae. Pero al darte la vuelta, se ha levantado otro muro. ¿Y entre todo ello no hay felicidad? (si la entendemos como nuestra visión de la superación del sufrimiento o de la inexistencia de éste mismo, lo cual acabo de escribir que nada es así).
Una gota de agua. Después de recordar lo minúsculo que llego a ser en todo esto, veo que puedo ser lanzado, zambullido,troceado contra rocas, absorbido por arena, como una gota de agua. Porque fluyo. Lo que una vez imaginé como infinito ha resultado lo más transitorio de la transición. Lo que creí que no acabaría, ahora lo siento lejano, distante, sin ningún poder sobre mí, y toda su fuerza se ha desvanecido. Y del cadáver de aquello que me atrapaba nace algo tan bello como la expectación. La espera, prudente pero decidida, de ver qué nuevo trocito del horizonte me es revelado.
No hay comparación. No hay metáfora, aquí. Todo es un esfuerzo por volver a hablar del sufrimiento. Me pregunto si, quizás, lo que genéricamente hemos denominado alegría no será otra forma, menos agresiva, más placentera, totalmente disimulada por otros condicionantes, de sufrimiento. Quiero decir, cuando apenas has comenzado a ver algo del sol, por muy poco que sea, ¿no aparecen nuevas torres y murallas alrededor, o dentro, de tu propio terreno? Y dale con la metáfora. Tan innecesaria como precocinada. Tan retocada como artificial. El texto lo nota. Me lo repite siempre. Y no le hago caso.
Fluye. Ni todo es un extremo de sufrimiento que te conduce incluso a perder la noción de la sensibilidad y te improvisa en una nueva persona, ni nada es el otro extremo, el de una ausencia total de sufrimiento, que acaba con el desarrollo de todo empatía. Sencillamente fluye. Una aguja baila en el tiempo y la torre que ayer te hacía sombra hoy se cae. Pero al darte la vuelta, se ha levantado otro muro. ¿Y entre todo ello no hay felicidad? (si la entendemos como nuestra visión de la superación del sufrimiento o de la inexistencia de éste mismo, lo cual acabo de escribir que nada es así).
Una gota de agua. Después de recordar lo minúsculo que llego a ser en todo esto, veo que puedo ser lanzado, zambullido,troceado contra rocas, absorbido por arena, como una gota de agua. Porque fluyo. Lo que una vez imaginé como infinito ha resultado lo más transitorio de la transición. Lo que creí que no acabaría, ahora lo siento lejano, distante, sin ningún poder sobre mí, y toda su fuerza se ha desvanecido. Y del cadáver de aquello que me atrapaba nace algo tan bello como la expectación. La espera, prudente pero decidida, de ver qué nuevo trocito del horizonte me es revelado.
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