Últimamente observo atento los desagües de casa. No tengo noción alguna de fontanería. Pero es que ha ido creciendo en mí una sensación extraña que me lleva a pensar en la dilución. A plantearme la pregunta de qué pasaría si me diluyese en el agua con la que friego los platos o que sale de mi ducha, como una gota más de la masa incolora, tibia y moldeable, y desapareciese, me fuese a no sé donde, dejase de estar.
Parece una idea nocturna. De hecho, en un principio pensé en sentarme a escribirla de noche, pero al relato le faltaría fidelidad porque no soy nada noctámbulo. Es durante el día que me fijo en la sombra que proyecta el sol en los seis agujeros que hay en la pica del lavabo, no en la noche. Y entonces recuerdo aquella afirmación que dice "los mismo te son las tinieblas que la luz". Me pregunto si no habré convertido mi luz en sombras y, sólo de esta manera, mis sombras estarán reflejando luz.
Creo que no entendemos el concepto de noche. Algo que contiene tantas estrellas, tanta luz, no puede albergar todos nuestros males. No puede, ni siquiera, significar la soledad. Por eso, este no es un relato sobre la soledad, aunque ciertamente la experimento. Sé que no estoy sólo, que a mi lado tengo con quién compartir visión y camino, pero me encuentro con la soledad cada vez que observo, por ejemplo, la idea que se ha generado de la noche. Porque es una idea oscura, que no incluye luz, y para mí la noche también es luz.
Entonces es cuando comienzo a observar los seis agujeros del desagüe del lavabo. Y la dilución cobra fuerza en mí. Ahí sí que no hay luz. ¿Quién puede saber lo que hay ahí? Por unos instantes pienso que podría ser como el hombre solitario del invierno de Sufjan Stevens, con su mundo de unicornios y manadas de búfalos. La línea entre el saberse sólo y la conciencia de la soledad impuesta es fina y siento que constantemente vengo y voy en una especie de ilusión de baile que no consigo dominar.
Pienso que todo pasa, más bien, por el hecho de asumir el anonimato. Pero yo no sé si quiero diluirme y desaparecer por el desagüe. Conservo algún que otro miedo. Me doy cuenta de que cuando he dado el primer paso sobre la superficie del agua, me asusto y comienzo a hundirme. Tengo que asumir mi anonimato con todas sus implicaciones para mi firma, mi imagen, mi idea de la luz en la noche. ¿Si hay luz en mí, como puede ser la noche para mí oscuridad? Pienso que, quizás, toda esa idea de soledad compartida sea mi hábitat natural.
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