Soy tan efímero como mis momentos. O bien, mis momentos son tan efímeros como yo mismo. Vienen, se quedan por unos instantes, extraños no invitados, y se marchan, sin dejar goce alguno. Y no es el verlos circular lo que puede llegar a provocar el dolor, sino la toma de conciencia de que están entrando y saliendo de mí, sin llegar siquiera a permitir el plantearse algún gozo o algún sollozo alrededor de su significado. O quizás, es mi propia condición de efímero la que causa todo este vaivén insensible y soberbio. ¿Y, por qué no, fijarse también en las condiciones del entorno? ¿Acaso no es todo efímero ahí fuera? La rutina que me absorbe día tras día puede que sea la misma en esencia pero nunca lo es en forma, ofreciendo así esa falsa apariencia de aventura cotidiana. Y, en cuanto a los temas de primer orden en la opinión pública y colectiva, ¿el gen efímero no forma ya parte de la idiosincrasia política, económica y social? Las valoraciones sobre una posible coalición de partidos conservadores se truncan al día siguiente en pos de una guerra en las izquierdas por ver quién alza más alto su cabeza. Las frutas turcas que hoy se destruyen en la frontera con Rusia mañana serán inaccesibles por coste para muchas personas. Y, por último, las fiestas que durante todo el año se han preparado se queman con la primera llama de petardo, con la primera caja repicando ritmos monótonos.
Es evidente que todo lo que vivimos es efímero, dado que lo que es efímero tan sólo puede garantizar su supervivencia a través de la repetición. ¿Puede que sea esta la causa de la falta del goce en mis actividades rutinarias? Aunque el efímero fuese yo supongo que también me estaría repitiendo para tratar de vivir un poco más. Lo cierto es que más allá de ser repetitivo, lo efímero es extenuante. Y es aquí donde cabe entrar en la reflexión acerca de la necesidad de sentir gozo en nuestras vidas. Cuando todo parece convertirse en una vana y efímera (pero constante) repetición, las capacidades del disfrute son anuladas y venimos a ser esclavos de una serie de símbolos e imágenes acerca de la realidad que, aunque presentadas en diferentes ocasiones y de distinta forma, no dejan de ser repeticiones. Repeticiones efímeras que sin embargo exigen de nosotros un esfuerzo físico y un desarrollo de las capacidades mentales que son únicos, que una vez pasados no volverán y, sobre todo, que una vez dañados difícilmente podrán restaurarse. Entonces, pese a nuestras consideraciones y autoengaños de dotar de importancia eterna aquello que es pasajero, no es el carácter de las cosas en esencia efímero un gran bucle destructor de la sociedad? Puede que sí. Si no, probablemente no existirían estas líneas, las cuales considero fruto del daño infligido por la repetición cotidiana de montones de elementos efímeros, que me hastían.
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