Me he dado cuenta de que necesito escapar del estado de excitación colectiva. Iba a escribir del momento, pero como no estoy seguro de cuándo y cómo poder identificar los diferentes estallidos (dramatizo) pseudosociales, por eso escribo estado, para denotar permanencia. Me refiero al ideal que se viste de gala y brillo todos los viernes por la noche, que busca crear escenas de satisfacción personal pensando en el consumidor (likes) y que eleva a catástrofe universal su observancia particular de la injusticia.
Me pregunto cuándo la voluntad conjunta (y, por tanto, lo que se considera como bueno) comenzó a concluir el capítulo de la conveniencia social. Por supuesto, hay muchos contextos y épocas, pero quiero saber cuándo el patrón de la mayoría empezó a ser normalizado por el simple hecho de ésta serlo o de creer que lo es.
Por la experiencia que he vivido hasta ahora, solamente puedo dudar de lo que se fabrica en cadena o en masa. Especialmente si es pensamiento e identidad. Porque todo acaba siendo un grito inconsistente. Un grito egoísta que quiere que se reconozca un dolor de todo el cuerpo colectivo para que, en definitiva, su propio dolor sea el reconocido y tratado. De ahí que hayan supuestos héroes y villanos archiconocidos, virales diría, de los que se citan en twitter y se imprimen sus caras en camisetas. De ahí que ese sea el ideal colectivo del heroicismo. Los mártires sociales.
Y mientras los tweets suben a la nube y colapsan el cielo (hasta oscurecer la luz que ilumina), auténticos y anonimatos individuales están plantando el árbol al que se refería Martin Luther King. Están poniendo la otra mejilla. Están siendo el lugar de refugio que tantos buscan. O están muriendo arrojados al olvido. Algo que en el otro lado de la realidad, el de los mártires sociales, no se podría ni siquiera imaginar. Las redes sociales no excusan el deseo de gloria. El afán de representar alguna cosa para el conjunto que capitula ideas y concluye tesis de carácter colectivo e irrefutable.
Tengo la sensación de que se avanza hacia la destrucción de la vida comunitarista. La desaparición de las sonrisas compartidas con alguien en la soledad, las lágrimas que no son grabadas, el sufrimiento de la injusticia que es denunciada (no utilizada). Cuando se deja paso a todo ello, el ser de uno mismo se vuelve más y más pequeño. Entonces la inexistencia cobra su sentido.
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