viernes, 13 de septiembre de 2013

Carta a un fascista

Desconocido,

todos somos portadores de una serie de ideales y creencias que en ocasiones coinciden, y en otras no. Lo bello, lo verdaderamente maravilloso de una sociedad son las posibilidades que tienen los habitantes de ésta de convivir, por encima de toda diferencia, reusando la reunificación de ideas y pensamientos a la fuerza.

Es una acto de belleza intelectual el hecho de poder sentir y degustar los principios de una ideología o creencia, con todos los valores que ello conlleve, desde una perspectiva íntima y personal. Sin pretender alzar la voz por encima de otras, sin acudir jamás a la reacción violenta y sin anclar la ideas en la visión del dominio y del control absolutos.

Para que todo esto sea posible, es necesario acompañarse de una mirada concreta y característica: el amor. Cuando acompañamos nuestras ideas o creencias con el amor seguimos manteniéndonos igual de firmes en ellas, con la diferencia que borramos de nuestro interior esa estúpida percepción que nos hace pensar que el resto del mundo está equivocado menos nosotros. En cambio, cuando falta en nuestros puntos de vista el amor, suceden ejemplos como el del pasado día 11 de septiembre, en la sede de la Generalitat de Catalunya en Madrid.

Ejemplos que me entristecen mucho porque nos hacen retroceder en el tiempo a los años más pobres y perros de la historia, en los que por un ideal se arrebataban vidas y mucho más. No hablo de qué ideas son correctas y cuáles no lo son. Eso es un ámbito demasiado general para que un individuo subjetivo como yo pueda juzgarlo. Siempre dependerá de las consideraciones subjetivas e individuales de cada uno. Pero lo que sobrepasa la línea de la subjetividad son esos actos violentos e impositores, que castigan a todo aquél que en sus consideraciones internas no ha ido a parar al mismo puerto ideológico que tú.

Tan sólo te reclamo, a través de estas líneas, una reconsideración no de tus ideales, sino de la manera en que decides expresarlos y activarlos. Te ruego que te replantees la ideología que con tanto derecho abrazas, con el mismo que yo siento la mía, desde la mirada del amor; y que así trates de ver que, de la manera en la que tú llegaste a la posición ideológica en la que te encuentras, yo llegué a otra. Sin más. Con el mismo derecho, el mismo ímpetu, la misma fuerza y las mismas capacidades.

Te animo desconocido a comprender que esto no es una carrera en la que se apuestan las ideas para ver cuál de ellas logra llegar más lejos que el resto y así controlarlas a todas. No. Precisamente es todo lo contrario. Te animo a que comprendas que en este jardín, todos los árboles son dignos y merecedores de sus raíces, y que nadie puede, ni debería poder, apropiarse de ellas. En eso consiste la diversidad. En que aún desde diferentes puertos, árboles o puntos de vista (llámalo como quieras), pueda construirse un mar navegable para todos, un jardín en el que las diferentes especies convivan con respeto y paz, sin interrumpir mutuamente sus crecimientos, y un pluralismo ideológico que considere todas y cada una de las ideas con la misma objetividad, dejando cualquier reacción violenta y espíritu de imposición a un lado.