domingo, 23 de abril de 2017

El tren de las 07:13

Sé que el título es muy de película de domingo por la tarde, de esas que proporcionan una buena excusa para arrancarle una siesta a cualquiera que trabaje entre ese espacio de tiempo tan indefinido como es el que existe entre los lunes y los viernes. Pero forma parte de la identidad más básico de uno de mis escenarios habituales de cada mañana. El tren de la 07:13. La estación vacía. El hombre de la máquina enceradora y la mujer de la taquilla que te saca el billete como si le resultase automático, de manera mecánica. Esta imagen me aterrorizaba no hace mucho. Básicamente porque la relacionaba como uno de los elementos que construyen mi rutina. Y ciertamente lo es. Pero entonces mi miedo no era hacia el tren de las 07:13, sino respecto al hecho de afrontar mi día a día. 

Aunque me niegue a reconocerlo mediante cualquier evidencia externa, una de las cosas que más me divierten de la situación es el hecho de reconocerme ya con el resto de personas habituales en el tren de las 07:13. Al encontrarnos intercambiamos una, dos o hasta tres miradas. Como si cada uno estuviese pasando su reconocimiento habitual del escenario y los personajes que suelen conformarlo. De hecho, cuando no cojo el tren de las 07:13 me pregunto si alguien se ha fijado en que no estoy y ha pensado en mí. 

Y es que creo que hemos aislado el tren de las 07:13 de la situación en la que nos encontramos y lo hemos incorporado al pequeño universo de espacios con el que edificamos nuestro concepto de realidad. Nuestra realidad, en definitiva. Aunque el propósito del viaje en el tren de las 07:13 sea leer, escuchar música o dormir, hasta el punto que parece que unos hilos invisibles nos saquen de nuestras camas a esa hora y nos transporten hasta el vagón para proseguir allí después, siento que es un escenario que se ha incorporado a mi vida y con el que interactuo y en el que me desarrollo. Por tanto, debo amarlo. 

Resulta extraño amor lo que uno no escoge pero creo que al basarme en mi capacidad de elección, muchas veces estoy perdiendo una inimaginable posibilidad de establecer un contacto diferente con un escenario, un momento, una persona. Y me he dado cuenta que eso sí que lo define a uno. Esa misteriosa relación que surge de la nada pero lo hace con la pureza de la ausencia del prejuicio y el sobrevalorado conocimiento previo. Entonces, no resulta tan difícil aprender, dejarte llevar y producir algo de amor. Hasta por un tren que sale cada día a las 07:13 de la estación. 

No me he vuelto loco. No estoy enamorado de un tren. Tan sólo siento que crezco a través de lo que ha venido a representar en mi vida. El escenario que me causaba terror, aunque sigue siendo cansado y aparatoso, se ha convertido en un espacio con un sentido concreto y a mí en su testigo de cómo muchos elementos que parecían dormidos o que no habían despertado, aparecen de manera espontánea en mi visión de la realidad. En mi realidad, en definitiva.