sábado, 19 de noviembre de 2016

El periodismo es amor

La objetividad no existe. Es otra excusa para no implicarse en una solución activa de los errores sistémicos y refugiarse en una actitud de observador frío de los acontecimientos, distante y deshumanizado de todo aquello que sucede alrededor. ¿Cómo puede alguien que ejerce dice ejercer el periodismo sentarse delante aquel alcalde de turno, que ha jugado con la desesperación de la ciudadanía para obtener sus votos en un momento y que luego los olvida, y no intentar hacerle reflexionar con sus preguntas sobre su condición y sus hechos, y las consecuencias de estos en el entorno que le rodea? Es incomprensible. 

Cuidado. No hablo de no sentarse delante de él. Al contrario, creo que el periodista debe seguir buscando el encuentro con toda la amalgama de personajes esperpénticos que se mueven en las esferas del poder, tanto a nivel político como económico. Tampoco hablo de convertirnos en jueces. Creo que ya tienen quién les juzgue. Me refiero a la necesidad de sentarse delante de todos ellos para exigir explicaciones, comprometerlos ante el peso de la verdad y empequeñecer su señorío ante la carga de la sinceridad. Esto es una de las mayores necesidades sociales que la humanidad está sufriendo hoy, justamente cuando se da el mayor volumen de producción informativa de toda la historia. ¿O quizás no es información?

No sé si caigo en el ideal de la profesión. No sé si me dejo embriagar por el romanticismo que siempre ha guardado. No sé hasta qué punto estoy atrapado en el rol superficial que ha emprendido el periodismo, que graba los programas de cocina y se olvida de entrevistar a quién acaban de expropiar por el último proyecto urbanístico del siglo. Que se oculta tras la cortina de la objetividad para proteger la corbata y el cargo, olvidando a quien duerme enfrente del portal de la oficina. 

La objetividad no está en responder por aquellos que pagan la nómina, que suelen estar ligados a alguna clase de élite. Más o menos elevada. Y más o menos opulenta. Pero élite. Ni tampoco en una entrevista con el fin de obtener el máximo número de exclusivas y titulares posible. Me cansa, y creo que agota el oficio, el periodismo de convenios y pactos tácitos en el despacho, a espaldas de la redacción. Ahí es donde muere el periodismo. Ahí es donde muere el amor.

¿Qué es periodismo sino amor? Amar el entorno, toda existencia alrededor. Informar para el bien de quién más lo necesita. De quién más hostilidad padece ante el régimen de funcionamiento del sistema. De quién más débil se encuentra ante los poderes establecidos. ¿Cómo vamos a mantenernos impasivos ante el orden de esta realidad? Por supuesto que me posiciono en favor de los más pequeños y humildes. De la misma manera que quién me exige objetividad ya se ha posicionado a favor de la clase que practica la guerra y dice ganarla. No sé si el periodismo fue objetivo alguna vez. Yo creo que el contexto en el que me ha tocado desarrollar la profesión me exige que ame. Me muestra evidencias para amar. No sé me ocurre que otra cosa puede ser el periodismo si no es amor. Amor por los que lloran. Amor por el árbol que hay plantado al lado de la petroquímica. Amor por el ciego que se esfuerza en guiar a otros ciegos. Amor por todos aquellos que reconocen la necesidad de ser amados.