viernes, 27 de julio de 2012

La lista de… ¿Goering?


En efecto. Pero cuidado, no la de Hermann Goering, el temible ogro nazi que catapultó las fuerzas aéreas de Hitler cómo una horda desalmada y sin piedad. No, no hacemos referencia a este negativo protagonista de un corto pero intenso periodo histórico. Nos referimos a su hermano pequeño, Albert Goering. Este empresario alemán luchó muy fielmente contra la política antisemita de los nazis. Pese a estar su hermano muy presente en el gobierno nazi, lo encarcelaron en varias ocasiones y le impusieron multas pero Albert jamás se rindió. Luchó por sacar a todos los judíos que pudo del país. Trabajó incesantemente para sacar a familias enteras de campos de concentración y de sótanos secretos de la Gestapo.

Su hermano mayor Hermann tuvo que intervenir más de dos y tres veces para que él no sufriese el menor atisbo de castigo por parte de sus compañeros nazis. Pero nada detuvo a Albert. Pero la vida es un sueño y los sueños muchas veces comportan consigo muchas paradojas. Paradojas cómo la que sucedió con Albert.

Se dice que Albert liberó a mucho más de 50 judíos. Pero al parecer no le sirvió de mucho. Fue juzgado en los Juicios de Núremberg y pese a contar con documentos que atestiguaban una lista con 34 nombres de judíos a los que Albert ayudó, el tribunal lo condenó a dos años de prisión por haber recogido unas ganancias de 7.000 reichsmarks en una fábrica de Skoda en Viena, en la cual estuvo trabajando con mano de obra ilegal y esclavizada. Además, a su salida de prisión Albert se encontró con que todos los bienes de la familia Goering habían sido requisados por la administración pública de la recién formada República Federal de Alemania. Aquí está la paradoja. Sólo y sin ningún tipo de bien material, Albert deambuló la última etapa de su vida, de un trabajo en otro, ganando miserables cantidades de dinero y sobreviviendo con una paupérrima pensión. Antes de morir se casó con la casera de su apartamento en el centro de Berlín, por tal que así ésta se quedase con su paga en caso de fallecer él.
En 1966 murió y se olvidó.

El poder de una voz

Qué maravilloso y fascinante resulta el poder de una voz en ciertas situaciones ¿verdad? Pero no puede ser una voz cualquiera. Hay muchas de voces cualquiera. Muchas, pero sin ese poder. Para que una voz tenga ese poder se necesita algo. Ese algo no viene dado. No viene de regalo. Se hace. Se aprende. Se consigue.

El poder que tienen esas voces concretas es capaz de dibujar en nuestros rostros la más amplia de las sonrisas. O, por el contrario, hundirnos en un mar de lágrimas y penas. Pero no solo sobre nuestros rostros se ciñe su influencia. Hay voces que tienen la capacidad de cambiar una situación de relevancia mundial con tan sólo una frase ¡Y ya está! Cómo si de convertir un huevo en tortilla se tratase.

 Una de estas voces pertenece al presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi. El italiano lo ha más que corroborado con su última aparición en Londres. Unas palabritas y “chimpón”. Se han resuelto los problemas. La crisis parece haber disminuido y el agravio y la hostilidad con los que nos trataban los medios de comunicación internacionales últimamente se desvanecen cómo la más matinal de las neblinas. El “efecto Draghi”, como muchos han querido catalogarlo, ha provocado un notorio aumento en las principales bolsas europeas y una gran caída en la prima de riesgo de los países más sufridores en esta Europa del euro y su respectiva crisis. Tan solo le ha hecho falta asegurar que su institución, el BCE, luchará hasta el último aliento para que el euro permanezca en su lugar.
 
La pregunta que a mí se me plantea es: ¿Señor Draghi por qué no dice usted una de sus maravillosas frases cada semana? Estoy seguro de que Europa, si no el mundo entero, se lo agradecería satisfactoriamente. Incluso podría plantearse publicar una antología de frases y reflexiones.

En fin, una más de las tantas pruebas que todos tenemos acerca de la situación de los mercados. Todos es una burda especulación. Si hoy este hombre hubiese cambiado sus palabras en un sentido antagónico, ahora mismo estaríamos con el agua hasta las orejas. Y si no hubiese sido él podría haber sido cualquier agencia de calificación (por ejemplo Moody’s o Standard & Poors) o de noticias (Reuters, etc.). O incluso las palabras de alguno de nuestros gobernantes, las que se hubiesen tornado en nuestra contra o nos hubiesen alzado a niveles de confianza inexistentes.

Todo este sistema, tal y como hemos podido observar hasta la fecha de hoy, es un gigante con pies de fango.