Qué maravilloso y fascinante resulta
el poder de una voz en ciertas situaciones ¿verdad? Pero no puede ser una voz
cualquiera. Hay muchas de voces cualquiera. Muchas, pero sin ese poder. Para
que una voz tenga ese poder se necesita algo. Ese algo no viene dado. No viene
de regalo. Se hace. Se aprende. Se consigue.
El poder que tienen esas voces
concretas es capaz de dibujar en nuestros rostros la más amplia de las
sonrisas. O, por el contrario, hundirnos en un mar de lágrimas y penas. Pero no
solo sobre nuestros rostros se ciñe su influencia. Hay voces que tienen la
capacidad de cambiar una situación de relevancia mundial con tan sólo una frase
¡Y ya está! Cómo si de convertir un huevo en tortilla se tratase.
Una de estas voces pertenece al presidente del
Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi. El italiano lo ha más que
corroborado con su última aparición en Londres. Unas palabritas y “chimpón”. Se han resuelto los problemas.
La crisis parece haber disminuido y el agravio y la hostilidad con los que nos
trataban los medios de comunicación internacionales últimamente se desvanecen
cómo la más matinal de las neblinas. El “efecto Draghi”, como muchos han
querido catalogarlo, ha provocado un notorio aumento en las principales bolsas
europeas y una gran caída en la prima de riesgo de los países más sufridores en
esta Europa del euro y su respectiva crisis. Tan solo le ha hecho falta
asegurar que su institución, el BCE, luchará hasta el último aliento para que
el euro permanezca en su lugar.
La pregunta que a mí se me plantea
es: ¿Señor Draghi por qué no dice usted una de sus maravillosas frases cada
semana? Estoy seguro de que Europa, si no el mundo entero, se lo agradecería
satisfactoriamente. Incluso podría plantearse publicar una antología de frases
y reflexiones.
En fin, una más de las tantas
pruebas que todos tenemos acerca de la situación de los mercados. Todos es una
burda especulación. Si hoy este hombre hubiese cambiado sus palabras en un
sentido antagónico, ahora mismo estaríamos con el agua hasta las orejas. Y si
no hubiese sido él podría haber sido cualquier agencia de calificación (por
ejemplo Moody’s o Standard & Poors) o de noticias (Reuters, etc.). O
incluso las palabras de alguno de nuestros gobernantes, las que se hubiesen
tornado en nuestra contra o nos hubiesen alzado a niveles de confianza
inexistentes.
Todo este sistema, tal y como hemos
podido observar hasta la fecha de hoy, es un gigante con pies de fango.