sábado, 21 de enero de 2017

Sombra

En un determinado momento a lo largo del día, a lo largo de la semana, a lo largo de esta experiencia rutinaria que se acaba imponiendo como única medida del tiempo, sucede algo y entonces mis pensamientos se desencadenan. Y no es que pierda el control de la situación, sino que sólo entonces recuerdo que no lo tengo. Así, la consecuencia de aquel algo que ocurriese antes viene a ser más evidente. Una evidencia que duele y aprieta los sentidos. Soy una sombra de lo que soy.

Poco a poco voy arrancado la capa superficial de piel de la yema de mis dedos. Siempre he creído que era una manifestación nerviosa, pero realmente no sé porqué lo hago. ¿Y si fuese por dotar de un mayor grado de excentricismo mi actitud? ¿Y si se tratase de una máscara? Ahora mismo siento que no puedo saberlo. Hace poco he leído Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi. ¡Qué libro tan hermoso! Ahora me encuentro explorando cuáles son esas razones del corazón que hacen tambalear todo el universo comprensivo y conceptual que me he ido fabricando. Quizás por ello sienta que no puedo ni tan siquiera saber por qué me destrozo los dedos, pese al dolor que me causan algunas heridas y la debilidad de la carne pelada. 

Pienso en si he ganado al día a día. Si hay algo digno de destacar más allá de la rutina de ir y volver del trabajo, alimentarme, vestirme, dormir, hablar con las personas de mi entorno. Soy poco sensible conmigo mismo y con mi rutina. A veces me desprecio. A veces la desprecio. Porque busco un elemento que revista de un carácter especial todo lo demás, que sirva como bandera de aquella jornada, que convierte en inolvidable el día, el momento. Siempre que me visita, esta carga me aplasta. La idea de mitificar el momento es demasiado pesada y poco sensible por mi parte. Para con mi fe en Jesús, en primer lugar, pues su camino es el de soportar el sufrimiento existente (y no el infundido por mí mismo). También para las personas con las que me relaciono cada día, a las cuales me ofrezco como sombra egoísta y no como marido, como hijo o como amigo. Y a mí, que trato de convencerme del sentimiento y del desamparo emocional como algo objetivo, como un elemento que debe condicionar la realidad que me rodea. 

Y vuelvo a sentarme frente a la pantalla, juzgándome por no usar una libreta. De nuevo la insensibilidad. El otro día tuve que saltar literalmente del coche para coger el tren, que ya salía. Me exijo reflexionar acerca del amor y del perdón; acerca de la justicia y la situación; acerca del periodismo que hago y del que me gustaría hacer. Y entonces vuelvo a verme zarandeado por el pensamiento y, de repente, la sombra. ¿Estaré perdiendo la empatía?

¿Cómo es el universo que me he ido construyendo? Ahora no puedo saberlo. Sencillamente, sentarme a ver cómo se destruye y viene a ser nada. ¿Cuáles son esas razones del corazón que lo convulsionan todo? Ahora no puedo saberlo. Tan sólo quiero dormir uno, dos, ocho días seguidos, sin despertar. Ignorar esa sombra que me incita al juicio y la insatisfacción, que me pesa y no me conoce. Ahora no puedo escribir, si no me exploro, si no me conozco. Si hay sombra en mi sombra.