jueves, 19 de marzo de 2020

Reflexiones desde el confinamiento (I)

Vuelvo a mirar por la ventana. ¿No lo había hecho hace menos de un minuto? Qué más da. ¿Tan importante es? Me pregunto si no hacemos más extraño nuestro sentimiento de extrañeza ante esta situación al fijarnos en muchos pequeños detalles que antes nos pasaban desapercibidos pero que ahora añoramos. Pero también comprendo que es difícil filtrar la extrañeza. ¿Cómo no añorar un paseo? ¿Y cómo repeler ese embotamiento que se instala en la cabeza a partir de media tarde, o por la mañana, o ya da igual cuándo porque a uno le parecen todas las horas la misma?

Exagero. No tengo tiempo de pensar en todo esto a lo largo del día. A veces, ni siquiera en una de las cosas que he mencionado. Solo quería hacer dramaturgia de esta extrañeza por un momento. Pero insisto; ¿no es esta esta extrañeza lo más extraño del momento? ¿Y cómo saber que no estamos haciendo de ella un glosario de todos nuestros pensamientos en estos días?

Lo cierto es que es extraño. Es extraño hacer cola en la calle para entrar al supermercado. Nuestras miradas se han vuelto hostiles ante la sospecha de que cualquiera puede ser portador del virus que nos obliga a confinarnos. Es extraño hacer la compra con guantes empapados en alcohol, y observar como todo lo que coges se te resbala. Y la visión de las calles vacía es desoladora. Pero de nuevo me surge la necesidad de separar extrañeza del drama. Porque pienso que el drama es digno de unas pocas situaciones que se viven. Unas derivadas del coronavirus, sí. Otras de la guerra en Siria. Otras de una plaga de langostas en Somalia. Y muchas más.

El drama, realmente no da lugar a la diversidad de 'preocupaciones' que sí pueden comprenderse dentro de la extrañeza. Dentro de la extrañeza cabe el humor, la broma (aunque a veces sea poco apropiada), el despecho, el lloro repentino y las "noches de bohemia y de ilusión". Pero no creo que haya lugar para todo ello en el drama. Creo que este tiene una pauta mucho más marcada.

Escribo esto con un incipiente dolor de cabeza después de haber cumplido con mi jornada habitual de trabajo. Después de haber visto en Twitter a un tío dando toques con el pie a un rollo de papel higiénico hasta que le da una patada a la mesa del comedor. Con una piedra pintada a dos colores y con unos ojos y una boca en el escritorio que me la regaló hace dos años y medio Mohammed en el campo de Moria, en Lesbos. Escuchando una 'cacerolada'. No estoy satisfecho, pero tampoco incómodo con la situación. Creo que la cabeza empieza a dolerme más. Hoy cuesta distinguir las estrellas de las luces de los balcones.