jueves, 24 de octubre de 2013

De Auschwitz a Lampedusa

Los centenares de inmigrantes muertos en las costas de la isla más grande del archipiélago italiano de las Pelagias, son sin duda víctimas de una nueva manera de realizar holocaustos. Los nazis de Hitler utilizaban gases y hornos; los países coloniales del primer mundo, primero utilizan una serie de virreyes, que suelen ser dictadores, los cuales empobrecen, con permiso del primer mundo, más y más a los pueblos. Después les proveen de armas para crear situaciones de riesgo y fuertes tensiones de guerra o atentados. Un ambiente que acaba resultando insoportable para cualquier persona que desea vivir ejerciendo sus derechos y deberes con total libertad. Finalmente, estas personas se ven obligadas a buscar algo más de fortuna en el paradisiaco primer mundo, que aguarda tras las fronteras del Mediterráneo. Se suben a cualquier bote u objeto con forma de barca, y se entregan a las inestabilidades del mar, en cuyo fondo terminan por acabar muchos de ellos. 
Féretros de los náufragos (elmundo.es)

Los medios de comunicación lo pintan como un asunto por el que lamentarse unos cuantos días, mientras siga considerándose noticiable, y luego lo entierran en una especie de recuerdo demasiado susceptible al olvido. Al igual que la guerra de Siria, cuyo último capítulo fue el de la supuesta desaparición de las armas químicas. 

Las inmigraciones se han convertido en una especie de soga al cuello para todas aquellas personas que se ven necesitadas a huir de sus países de orígen para encontrar cobijo entre un rascacielos y un centro comercial. Deben esperar a que la soga se rompa antes de que acabe de ahogarlos. El problema es cuando la soga no se rompe, como en Lampedusa. ¿Acaso no es esto un holocausto? Cientos de vidas sepultadas bajo las aguas por el sustento de nuestro sistema. Se ha pasado del todo por la patria (¡Alemania über alles!, para los nazis), al todo por el sistema, esto es el capitalismo
El olvido no podrá borar esta amarga huella (cuatro.com)

La corona de estrellas de la Unión Europea, así como las estrellas de los Estados Unidos y en general los países del primer mundo, no podrán borrar las manchas de sangre que hay en sus banderas y estandartes, porque ante una problemático tan esencial como esta han perseverado en su sistema de benficios, acosta de esos países del Tercer Mundo, donde cada día explota un coche bomba y los ríos descienden entre corrientes de sangre. A estos países se les ha prestado ayuda con usura, esperando el momento en que tropezasen para abrir las compuertas de la cámara de gas y meterlos en su interior. Para abrir, después, los hornos e incinerar sus cadáveres hasta que se consumiesen las cenizas. El sistema que hoy comemos en los platos, sobre nuestras mesas, con el que nos vestimos y llenamos los depósitos de nuestros coches, es una nueva manera de llevar a los débiles a un letal y sangriento holocausto.