viernes, 19 de septiembre de 2014

Parece que el mundo no es de todos

El término de cleptocracia, aún no estar registrado todavía en la Real Academia Española, remonta su significado siglos atrás. En la época romana ya podían augurarse algunos de sus rasgos más distintivos aunque tuvo un primer "boom" en la edad Media, cuando Estado e Iglesia articularon una vasta red cuyas coyunturas les permitían traficar influencias, desmontar la economía de las clases más vulnerables y apoderarse, para beneficio propio, de todos aquellos bienes entendidos en principio para cuidado de toda la ciudadanía. En el África del siglo XX, con la "independencia" de los antiguos territorios coloniales, esta forma de gobernar, si es que se la pueda llamar así, se propagó entre varios de los dictadores que asumieron las riendas de los países, como es el caso del "hitler" africano, Mobutu Sesé Seko, en el Zaire (actual R.D. Congo), que aumentó su fortuna personal hasta equipararla con la deuda pública del país (6.000 millones de dólares) o también Idi Amin en Uganda, y Samuel Doe en Liberia.
Las jerarquías seguirán mientras perdure la cleptocracia (santisousa.com)

El pasado día 10, falleció el que fuera presidente del Banco Santander durante los últimos treinta años, Emilio Botín. Los medios de comunicación se volcaron con la noticia publicando montones de reportajes valorativos y lamentando la pérdida de lo que muchos llamaron "el hombre que revolucionó la banca". Cerca de las nueve de la misma noche, el columnista del diario El Mundo, Salvador Sostres, publicó un artículo de opinión en dicho periódico titulado Muere Emilio. En su artículo, Sostres adulaba al banquero cántabro y exaltaba su gestión a una posición más que privilegiada, situándolo como creador de empleo y dador de todo tipo de beneficios y ventajas a las familias españolas. Además, remarcaba la tragedia que supone para cualquier país la pérdida de sus ricos (a los que equiparaba con la identidad y la distinción de un estado) e instaba a cualquier crítico a callarse, literalmente. El punto álgido de este crimen, más que artículo, de Sostres llega cuando realiza una comparación de valores entre la muerte de un pobre y la de un rico, situando la importancia de la primera exclusivamente en el ámbito internacional, y alzando la segunda a un mal estatal.

Más allá de lo irresponsable, insensato y ofensivo de este escrito (que por desgracia no fue el único), se pueden observar algunos de los trazos generales que definen el boceto de la actualidad. Sostres (lo tomo en este caso como representante de la derecha mediática), plasma, sin quererlo, el gran abismo que separa a las élites de la ciudadanía. Y es que es realidad, la encarnizada guerra que se está dando entre aquellos sectores minoritarios que ostentan el poder y la riqueza, y esa mayoría de la sociedad que vive para sustentarlos. De ahí que puedan permitirse el lujo de alagos y lamentos en velatorios como el de Botín, parecido al de los antiguos guerreros, cuando los quemaban en un altar hecho para la ocasión, en la plaza de la villa, y les ponían una moneda en cada ojo. Eso, en el resto de la sociedad es impensable. El dolor no puede extralimitarse de lo íntimo porque se debe continuar alimentando la cleptocracia de las instituciones
Las reacciones a la muerte de Botín, ejemplo de que existe desigualdad (globalasia.com)












¿Acaso no es cleptocracia, que se vele con especial dedicación a un hombre cuya fortuna personal rondaba los 1.000 millones de euros en 2011, y que por otro lado, tan sólo 69.000 niños catalanes, del millón y medio que ha comenzado este curso, reciban una beca de comedor, únicamente completa para un pequeño grupo de 3.000 alumnos? Palabras, como las de las diferentes autoridades sobre la muerte del banquero, que parecen dulces como la miel, esconden un sabor crudo y amargo. Y es que la evolución de la sociedad ha muerto por el retroceso provocado por una política que limita al ciudadano a una participación (y no limpia del todo) cada cuatro años, dando paso a la cleptocracia; sistema sin igual, que perdura a lo largo del tiempo, no conoce límite en las legislaturas ni en las fronteras de los estados, y se alimenta en cualquier forma de gobierno en la que existan seres dispuestos a practicarla. Extiende sus lazos entre políticos y capitalistas, creando una red de nexos que dirigen su empeño y su esfuerzo hacia un único objetivo: el beneficio propio (que en la mayoría de los casos suele ser en pos de los demás).