viernes, 27 de julio de 2012

El poder de una voz

Qué maravilloso y fascinante resulta el poder de una voz en ciertas situaciones ¿verdad? Pero no puede ser una voz cualquiera. Hay muchas de voces cualquiera. Muchas, pero sin ese poder. Para que una voz tenga ese poder se necesita algo. Ese algo no viene dado. No viene de regalo. Se hace. Se aprende. Se consigue.

El poder que tienen esas voces concretas es capaz de dibujar en nuestros rostros la más amplia de las sonrisas. O, por el contrario, hundirnos en un mar de lágrimas y penas. Pero no solo sobre nuestros rostros se ciñe su influencia. Hay voces que tienen la capacidad de cambiar una situación de relevancia mundial con tan sólo una frase ¡Y ya está! Cómo si de convertir un huevo en tortilla se tratase.

 Una de estas voces pertenece al presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi. El italiano lo ha más que corroborado con su última aparición en Londres. Unas palabritas y “chimpón”. Se han resuelto los problemas. La crisis parece haber disminuido y el agravio y la hostilidad con los que nos trataban los medios de comunicación internacionales últimamente se desvanecen cómo la más matinal de las neblinas. El “efecto Draghi”, como muchos han querido catalogarlo, ha provocado un notorio aumento en las principales bolsas europeas y una gran caída en la prima de riesgo de los países más sufridores en esta Europa del euro y su respectiva crisis. Tan solo le ha hecho falta asegurar que su institución, el BCE, luchará hasta el último aliento para que el euro permanezca en su lugar.
 
La pregunta que a mí se me plantea es: ¿Señor Draghi por qué no dice usted una de sus maravillosas frases cada semana? Estoy seguro de que Europa, si no el mundo entero, se lo agradecería satisfactoriamente. Incluso podría plantearse publicar una antología de frases y reflexiones.

En fin, una más de las tantas pruebas que todos tenemos acerca de la situación de los mercados. Todos es una burda especulación. Si hoy este hombre hubiese cambiado sus palabras en un sentido antagónico, ahora mismo estaríamos con el agua hasta las orejas. Y si no hubiese sido él podría haber sido cualquier agencia de calificación (por ejemplo Moody’s o Standard & Poors) o de noticias (Reuters, etc.). O incluso las palabras de alguno de nuestros gobernantes, las que se hubiesen tornado en nuestra contra o nos hubiesen alzado a niveles de confianza inexistentes.

Todo este sistema, tal y como hemos podido observar hasta la fecha de hoy, es un gigante con pies de fango. 



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