viernes, 17 de enero de 2014

Castillos de arena

Bastante sorpresa causó en el mundo del fútbol que la sede del Mundial del año 2022 vaya a ser Qatar. Pero más chocante ha sido la noticia de que el torneo se disputará entre finales de otoño y principios de invierno. A lo largo de las últimas semanas han surgido las típicas polémicas y disputas en cuanto a un hecho de tal embergadura. Pero esto no es el meollo de la cuestión, sino un triste placebo para quitar peso a otras cosas.
Qatar continúa con su despilfarro urbanístico (thetechjournal.com)

Qatar, cuya forma de gobierno es una monarquía absolutista más conocida como emirato, registra un índice de corrupción menor que el de España y un PIB supuestamente más elevado que el suizo. Pero todo ello no deja de ser un oasis en el desierto. El pequeño país de Oriente Medio se establece como uno de los lugares donde se hace más plausible la diferencia entre la clase rica y la clase pobre, dejando muy poco margen a una clase media. 

El 85% de la población qatarí son extranjeros llegados de países más pobres del sur de Asia que trabajan en la constante reconstrucción de barrios y en las incansables obras faraónicas que Doha prepara de cara al Mundial. Las condiciones laborales no son justas puesto que se dan remuneraciones ínfimas o ni siquiera se dan. Un panorama de aparente riqueza en el que una pequeña parte acapara toda la riqueza mientras que hay otras personas que deben afrontar cada día de su vida con un dólar o incluso menos.

La realidad del pequeño país es diferente de la que aparenta (emol.com)
El Mundial le costará 65 mil millones de dólares a Qatar. Una fantasía. Pura vanidad habiendo un sesgo tan evidente y claramente definido entre un sector de la población y el otro. Este pequeño país comienza a erigirse como el antiguo Egipto, lugar al que llegaban esclavos de todas partes para construir sus enormes castillos triangulares de arena, las pirámides. Los rascacielos del emirato y los estadios que comenzarán a verse en un futuro más que próximo son una muestra de la existencia de un mundo que se mueve por el color del billete con el que se pague y por cualquier motor que mueva esos billetes (en este caso el fútbol), independientemente de la zona geográfica del planeta o de las diferencias de clases que puedan haber entre una misma sociedad. Verdaderamente, citando a Salomón, todo es vanidad de vanidades.

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