sábado, 31 de octubre de 2015

Cuatro ensayos cortos para otoño


Si la situación política de un territorio actúa, por lo general, como reflejo de la situación social de dicho emplazamiento, cabe pensar que la campaña para las próximas elecciones del 20 de Diciembre será un chabacano despropósito. Chabacano, en el sentido de que tanto los políticos como la población, de nuevo en general, han malinterpretado las nuevas herramientas tecnológicas de difusión y publicación de contenidos, y las han convertido en sencillos tablones digitales en los que aparecer bailando, mostrando un nuevo look, o bien debatiendo en tertulias en las que no se defienden programas políticos sino personalidades y alter egos. Y despropósito, en tanto que, en un contexto de crisis socioeconómica (desde 2007, el 10% de los hogares más pobres en España han perdido el 13% de su salario frente al 1,5% de pérdida del 10% de los más ricos), la política no está reflejando esta necesidad de equidad en sus acciones, sino que más bien la está propiciando. Por lo tanto nos encontramos con esta doble moral: por un lado, la escena política del estado se ha acercado a la ciudadanía en su razón de ser más vulgar y desprestigiada, conquistando votos a ritmo de El hormiguero o Don't stop me now. Por el otro, se ha situado más lejos que nunca de las carencias de las personas, impasible al sufrimiento, ya no ajeno sino propio, entiendo que una sociedad es la razón de ser de su propia clase política. 
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¿Es la soledad un estado anímico, emotivo o sentimintal, o se trata más bien de una situación? Está claro que la soledad puede alcanzar al ser humano tanto eventualmente como de manera crónica. Hay ocasiones en que se manifiesta con disiumlo y misterior, en tanto que podemos estar más rodeados que nunca de personas pero, en cambio, sentirnos aislados. Y no es únicamente por causa de la personalidad del individuo que ha de padecer (o gozar, eso ya es en función de las necesidades personales) dicho sentimiento o situación. Sin lugar a duda que este eleento tiene un valor determinante, pero comparte peso en la balanza con el contexto que está recibiendo tal persona. El factor externo siempre puede generar tanto atracción como el hecho de despertar la conciencia de que aquel espacio o ambiente no responde a la idea de compañía que aquel ser ha construído o imaginado previamente. Esta acepción provoca una dualidad en la idea de la soledad, convirtiéndola a veces en consecuencia del destino (por ejemplo, una pérdida), lo que puede responder tanto a un estado anímico como a una situación; y en otras, comprendiendo el concepto como una decisión propio o una imposición externa (po ejemplo, me encuentro en un entorno con el que no me identifico y decido apartarme), lo que pienso que atiende más a la asunción de una situación como consecuencia del propio carácter personal. 

Ensayos caen como hojas en otoño (Dani Vázquez,flickr CC)
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Esta semana recibí un planteamiento interesante. La persona con la que charlaba me comentó que le parecía fácil afrontar la muerte desde la perspectiva de una creencia en que después de ésta hay algo más y no sólo eso, sino que lo que viene después es mucho mejor que la vivencia presente. Ante tal afirmación se me ha despertado esta pregunta: ¿Sentimos los creyentes facilidad ante la muerte? La persona que ha entendido el evangelio y ha conocido a Dios posee, indudablemente, la esperanza de que existe un después a su situación actual, y que ese después se corresponde a la plenitud de todos aquellos factores que aquí, en la Tierra, escasean y permanecen incompletos, como por ejemplo el amor interpersonal, el valor de la equidad o la justicia. Partiendo de esta base, no pienso que los creyentes, en general, enfoquen la muerte desde una posición cómoda. Al menos aquellos que realmente han comprendido el mensaje del evangelio. Cabe recordar que en la oración que Jesús enseña a sus discípulos se pide a Dios que se haga su voluntad tanto en el Cielo como en la Tierra. Lo cual ya permite observar el carácter incansable de esta fe, por tal de aproximar tanto cómo sea posible el valor de la Tierra al del Cielo. Y esto no es tarea sencilla. Al contrario, estoy convencido de que todos los que hemos enterrado nuestras manos en dicha labranza nos hemos encontrado con un peso que nadie más, aparte de Jesús, ha cargado. Y ya no sólo por nuestra propia salvación, sino cediendo muchos pensamientos a todas aquellas personas con las que hemos interactuado aquí. Por lo cual la muerte no es nada fácil para aquellos que se han comprometido a dedicar su vida para acercar su entorno más próximo (y el mundo, puesto que el mundo se compone de entornos) a la esperanza de plenitud posterior que les otorga su fe. En realidad, acostumbra a alcanzar por sorpresa, de forma inesperada, porque entendemos que siempre queda trabajo por hacer aquí, en el mundo. 

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El valor de la solidaridad se encuentra seriamente menoscabado porque, una vez, hemos malinterpretado el desarrollo. El avance de la tecnología masiva de difusión ha sido tomado como herramienta para alimento de los egos personales. Para publicar una fotografía, firmar un artículo, o promocionar el último vídeo en el que hemos participado o aparecido. No deja de sorprender el desconocimiento o la permisión con la que nos hemos arraigado a estas actitudes, de máscaras y enmascarados. Y aunque es evidente que la determinación de esta conducta resta a juicio de cada uno, no es difícil observar cómo el amor, la desesperación, una simple excursión por el monte o el dolor han pasado de ser elementos a destacar a converstirse en escenarios para promocionar la personalidad y sus últimos detalles. La solidaridad también ha asumido este modelo, que previamente despreciamos en los personajes de fama, y ha pérdido parte de su significado esencial de intimidad. Pienso que, precisamente, uno de los elementos que dotan de valor y de distinción a la solidaridad es la intimidad. Es el ámbito de protección necesaria para que el envanecimiento, a la vista de un público siempre oportunista, no deforme el auténtico significado de la solidaridad ni tampoco acabe convirtiéndola en una plataforma para purgarnos y justificarnos en comparecencia ante las gentes.

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