jueves, 24 de marzo de 2016

La humillación

La humillación es vida. Creo que no hay otra acción que la de humillarse que puedaotorgar mayor grado o nivel de vida a nuestros actos, palabras, pensamientos o deseos. No se trata de la distorsión que hemos creado del concepto, elevando a primera acepción de la palabra el significado que hace referencia al hecho de humillar como algo que denigra, embrutece o minusvalora la dignidad ajena. Muy por el contrario, me refiero a esa versión de la palabra que se suele utilizar como sinónimo de sometimiento, pero a la que yo encuentro una mayor relación con el amor. 

El amor en su máxima práctica. ¿Qué podría ser, si no, el hecho de humillarse ante la otroriedad? Algo completamente puro, superior a lo superfluo y, por lo tanto a la visión que se puede desarrollar en la mayoría de ocasiones. En la humillación encuentro el amor con su valentía correspondiente; el amor con su misericordia; el amor con su sensibilidad. El amor con su principal esencia: apartarse, desaparecer, ceder, entregarse, renunciar a la ostentación de la prioridad para continuar amando desde otro lugar que pueda corresponderle. No creo que en estos momentos haya comprensión social para entender este tipo de amor y, aún más, desarrollarlo. No creo, si quiera, que la haya habido nunca. 

¿Y en cuánto al proceso de comprensión y aceptación de esta humillación? Si intentase escribirlo aquí estaría siendo un hipócrita porque en lugar de humillarme ante quien lea estas líneas, estaría intentando elevarme por encima suyo como una especie de gurú que ya ha alcanzado dicho nivel. ¡Cuán lejos estoy de ello! ¡Y cuán necesitado de humillarme llego a estar! Quizás no alcance a comprender ni a conocer cuánto en concreto. 

Si escribo estas escasas líneas sobre la humillación es gracias a Jesús. Cuando todo aprieta alrededor y la rutina alcanza extremos insondables, algunos de los entornos más cercanos a mí comienzan a viciarse y comeinzo a sentir rabia, ira, odio; cuando asoma la oportunidad de justificar mi autoengaño, mi teatro de arrogancias y soberbias, el lugar donde dar libertad desenfrenada a mi ego; entonces ahí aparece Jesús, lavando los pies de los apóstoles, callando ante Caifás, amando al joven rico. Su testimonio. Su amor. Su entrega. Su cruz. Su humillación. 

Y yo me asombro. Sin palabras para poder explicarlo, me descubro cayendo de rodillas ante todo ello. Y lloro. Y me apeno, porque sólo entonces empiezo a conocer mi necesidad de humillarme. De amar, de renunciar, de entregar. Sin límites. Sin ritos ni ninguna religiosidad que pueda estremecer el espíritu. Tan sólo él, Jesús. Y yo ante él. Pequeño, pero a la verdad grande. Acabado, pero justo recién comenzado. Humillado, pero vivo. Y vivo en amor.

sábado, 12 de marzo de 2016

La otroriedad

Ni tan siquiera el mundo, con toda su complejidad y todas sus posibilidades de acción, puede equipararse a los distintos (sub)mundos que conformamos todos y cada uno de nosotros. Nos somos lo que hacemos. No somos quienes realmente creemos ser. Tampoco somos lo que creemos, nuestros ideales o lo que imaginamos que nos gustaría convertirnos. Somos una irremediable mezcla de todo ello. Nos define nuestra esencia como seres, es decir nuestro carácter, nuestros valores y la potencia con la que estamos arraigados a ellos. Pero también somos producto de la situación que vivimos, de todos y cada uno de los elementos que nos rodean. Y, como no, de lo que esperamos transmitir. Todo ello sombras a nuestra torpe y aparente mirada, la cual crea escudos de carne, murallas de piel, tras las que ocultar todo lo demás. Lo que realmente (o no, eso depende de cada uno), importa. 

Por ello se me antoja la siguiente pregunta: Y es que sabiendo esto, ¿qué otra actitud posible hay ante la otra persona, el otro ser, la otroriedad? Pienso que únicamente la humildad y la prudencia que deberían acompañar siempre al desconocimiento. De esta manera, quizás, generaríamos un grado mayor de accesibilidad común. Al menos, superior al que ahora percibo, que solamente busca acompañarse de ornamentos lingüísticos, de una gestualidad superflua y de palabras vacías. Es necesario trabajar las relaciones humanas desde una óptica diferente a la que se ha practicado hasta ahora. Y creo que esa óptica es la otroriedad. 

Y lo creo convencido. Sumido en mi particular conjunto de egoísmos propios, en mi erróneamente infranqueable concepción de la realidad de la vida, en la fragilidad de mis debilidades y el envite de mis fortalezas. No se trata de dotar, porque entonces estaríamos autoconvirtiéndonos en jueces sin potestad alguna más que nuestro propio deseo, sino de reconocer el valor de lo externo al ego y rehuir de cualquier motivación y argumentación a favor de el enaltecimiento o la humillación. Y más allá de esto, de buscar el sufrimiento de ese ser externo hasta el punto de compartirlo. Y con el sufrimiento, el resto de sus emociones que pueda expresar en distintas situaciones. 

No es simplemente el ponernos en lugar de la otra persona. Esto no deja de ser otra forma más de egoísmo porque tan sólo nos imaginamos a nosotros experimentando esa emoción. Sólo es útil para comprender, pero no para acompañar y ser. No para crear 'otroriedad'. Esta otroriedad tan sólo es posible cuando descendemos de nuestra supuesta autocomplacencia y nos disponemos junto a la otra persona, comprendiéndola, sufriéndola, amándola. Creo que no somos figuras independientes ubicadas en un espacio común para crear una vida colectiva en apariencia, sino que somos seres con una voluntad nata colectiva, dispuestos en un espacio común para encontrar la riqueza, el poder, lo alto y lo profundo en el conocimiento y la vivencia de los otros y las otras.

sábado, 13 de febrero de 2016

Mi sesión final con Freud

El otro día me colé en el teatro, en un intento de conocer nuevos elementos sobre la personalidad y la historia de C.S. Lewis, en la obra La sesión final de Freud, en la que el personaje del profesor en Oxford co-protagoniza con el personaje del psicólogo Sigmund Freud. Una obra realmente increíble, que plasma con bastante fidelidad las ideas de los dos intelectuales y enfrenta sin prejuicios al cristianismo con el ateísmo. Todo ello enmarcado en un espacio que no varía, quieto e inánime, y con el peso y el ritmo que los dos personajes aportan a la trama. Una hora y cuarenta minutos de auténtico mérito, sin duda. 

Me llamó la atención comprender a un Freud desgastado por el paso del tiempo y la enfermedad. Aunque no pude evitar sentirme más identificado con Lewis, con quien comparto fe y a quien conozco mucho más. Aún así, me sorprendió la avidez con la que el creador de la obra utiliza la postura del ateísmo para desmitificar el cristianismo, más allá de las propias afirmaciones de Lewis. Como cristiano admito la idea que el 'cristianismo' que refleja la historia vivida no es más que otro movimiento ideológico más, que ha aportado sus beneficios y sus perjuicios a un mundo en el que ha gozado de gran importancia (especialmente en occidente). En efecto, otra estructura como el ateísmo, entretejida en un imaginario colectivizado muchas veces a base de palos y apaleados, pero también gracias a convicciones sinceras que incoroporan en sí mismas la necesidad de ser compartidas y que no son fruto de locuras, ni absorciones mentales, ni traumas previos ni autoengaños. Ahora bien, fruto de la postura que defiende Freud en la obra de teatro, se me plantea la siguiente pregunta: ¿somos todos los cristianos, pequeñas partículas de la comunidad descrita aquí? ¿Vivimos todos los cristianos ese cristianismo conveniente, conformista, adaptado, estructurado y segmentado en base a gustos, interpretaciones, ideologías y, por qué no, colores? Freud llama 'tenaz' a Lewis en la obra y me parece un adjetivo correcto (no peyorativo, evidentemente) para definir mi respuesta negativa ante estas preguntas. 

Soy cristiano y soy consciente de que no experimenté mi conversión para llevar una vida de 'adoración y continencia' místicas, dirigiéndome hacia un objeto, una imagen divina mitificada y sostenida por una épica sobrenatural. Creo que existe una ley moral que debe ser utilizada para distinguir el bien y el mal con todo rigor y espíritu autocrítico, especialmente. Y creo que comprendemos el sentido y el significado de esta ley moral al aceptar a su creador. A Dios. Un Dios que ha participado constantemente en los sufrimientos de la vida del mundo (como diría Bonhoeffer) hasta el punto de humillarse a sí mismo ante nosotros y morir por amor y remisión. La enseñanza de Jesucristo, de amar a los demás, como si tratase de nosotros mismos, no es utópica ni es un peso imposible de cargar por las diferentes generaciones y épocas de la humanidad. Precisamente eso es lo que la hace todavía más brillante: su sencillez y posibilidad.

Al llegar a este punto quiero aclarar que este cristianismo (creer en Jesucristo como Hijo de Dios y salvador) no ha menoscabado mis capacidades psicológicas ni mis nociones intelectuales. Tampoco es fruto de una experiencia terrorífica ni de un entorno condicionado. Snecillamente, me he descubierto arrodillado ante una serie de evidencias ante las cuales sólo he podido callar. Traspasado por un verdad que desconocía, inimaginable, inteligente, cuerda, sincera e irrefutable para mí. Evidentemente que esto no ha acabado con mi persona. Sigo teniendo miedo de la muerte. Y cuando me descubro, sólo, en mi habitación, utilizando mis recuerdos para encadenar una fatua línea de visión hacia el futuro, me acobardo ante según que y que posibilidades. Cada día sigo descubriendo de nuevo a Dios, y a mí ante Él, todavía más pequeño de lo que ya me consideraba. Mi idea acerca de Él está en constante variación, como explica Lewis en la obra de teatro. Y muchas veces me derrumbo ante la debilidad de mi ser, la soledad de mis sentidos, mi cobardía y mi inmadurez. Pero con todo ello, me siento firme y sensato en la fe. Terriblemente imperfecto, pero tranquilamente sujeto a Su restauración.

sábado, 30 de enero de 2016

Ensayo desde la extenuación

Soy tan efímero como mis momentos. O bien, mis momentos son tan efímeros como yo mismo. Vienen, se quedan por unos instantes, extraños no invitados, y se marchan, sin dejar goce alguno. Y no es el verlos circular lo que puede llegar a provocar el dolor, sino la toma de conciencia de que están entrando y saliendo de mí, sin llegar siquiera a permitir el plantearse algún gozo o algún sollozo alrededor de su significado. O quizás, es mi propia condición de efímero la que causa todo este vaivén insensible y soberbio. ¿Y, por qué no, fijarse también en las condiciones del entorno? ¿Acaso no es todo efímero ahí fuera? La rutina que me absorbe día tras día puede que sea la misma en esencia pero nunca lo es en forma, ofreciendo así esa falsa apariencia de aventura cotidiana. Y, en cuanto a los temas de primer orden en la opinión pública y colectiva, ¿el gen efímero no forma ya parte de la idiosincrasia política, económica y social? Las valoraciones sobre una posible coalición de partidos conservadores se truncan al día siguiente en pos de una guerra en las izquierdas por ver quién alza más alto su cabeza. Las frutas turcas que hoy se destruyen en la frontera con Rusia mañana serán inaccesibles por coste para muchas personas. Y, por último, las fiestas que durante todo el año se han preparado se queman con la primera llama de petardo, con la primera caja repicando ritmos monótonos. 

Es evidente que todo lo que vivimos es efímero, dado que lo que es efímero tan sólo puede garantizar su supervivencia a través de la repetición. ¿Puede que sea esta la causa de la falta del goce en mis actividades rutinarias? Aunque el efímero fuese yo supongo que también me estaría repitiendo para tratar de vivir un poco más. Lo cierto es que más allá de ser repetitivo, lo efímero es extenuante. Y es aquí donde cabe entrar en la reflexión acerca de la necesidad de sentir gozo en nuestras vidas. Cuando todo parece convertirse en una vana y efímera (pero constante) repetición, las capacidades del disfrute son anuladas y venimos a ser esclavos de una serie de símbolos e imágenes acerca de la realidad que, aunque presentadas en diferentes ocasiones y de distinta forma, no dejan de ser repeticiones. Repeticiones efímeras que sin embargo exigen de nosotros un esfuerzo físico y un desarrollo de las capacidades mentales que son únicos, que una vez pasados no volverán y, sobre todo, que una vez dañados difícilmente podrán restaurarse. Entonces, pese a nuestras consideraciones y autoengaños de dotar de importancia eterna aquello que es pasajero, no es el carácter de las cosas en esencia efímero un gran bucle destructor de la sociedad? Puede que sí. Si no, probablemente no existirían estas líneas, las cuales considero fruto del daño infligido por la repetición cotidiana de montones de elementos efímeros, que me hastían.

jueves, 31 de diciembre de 2015

A mis sobrinos


I., L., sois la imagen más próxima que tengo del futuro. Cada vez que os miro, lo recuerdo. Un bostezo mientras aparecen las blancas perlitas de vuestros dientes; vuestras manos cubriendo vuestro rostro cuando no queréis ver a alguien; la inocencia con la que os refugiáis en nosotros, los adultos, cómo si sirviésemos de escudo fiable. El futuro está en vosotros. No en lo que llegaréis a hacer o en lo que os vayáis a convertir, sino en vosotros mismos. En ésta, vuestra esencia más pura, tan plausible y sorprendente ahora para todos los que os rodeamos. 

Debéis saber que en el mundo os encontraréis a personas que se felicitan por fijar el límite del calentamiento del planeta en el que vivimos para 2050 en 1,5 grados más que la temperatura que tenemos ahora. Sonríen y posan ante las cámaras (sí, como con las que trabaja vuestro tío) asegurando que os están salvando a vosotros, al futuro, pero no les creáis. Tenéis que ser críticos ante cualquier acción que se reivindique en vuestro nombre o beneficio. Por desgracia, con el tiempo comprenderéis que el ser humano no es en general gratuito en ninguna de sus facetas. A mí me da la sensación de que en realidad están ajustando vuestra destrucción al milímetro, sin calibrar las consecuencias. Veréis también que existen las aguas de un mar muy cercano a vuestras casas, un mar oscuro y profundo a dónde muchos otros niños de lugares diferentes son arrojados sin importar qué les pueda llegar a ocurrir. Ni tan sólo, si pierden o salvan sus vidas. 

También llegará el día en el que comprenderéis que no vivimos en una esfera común, sino que estamos todos supeditados a una serie de escalones. Aunque en nuestro nacimiento somos todos iguales, veréis que vosotros os encontráis en el escalón más alto, el de arriba. No sé explicaros muy bien cómo habéis ido a parar ahí, ni quién os ha llevado hasta ahí, ni el por qué. Pero quiero que, llegado el momento, os fijéis que hay personas en los otros escalones, también sin saber por qué han sido colocadas en ellos, y que descendáis los escalones que sean necesarios, o las ayudéis a subir al vuestro, hasta que todos quedéis igual. Porque vosotros sois el futuro, una parte de ese futuro que se expande a lo largo del planeta. 

Queridos I. y L., habrá un día en el que saldréis a la calle y os daréis cuenta de que hay personas que están viviendo en ella. Se recogen del frío y se guardan de las miradas perturbadoras que muchas veces los adultos les lanzamos, pero no tengáis miedo. Ellas también fueron futuro, y lo siguen siendo. Os animo a acercaros a ellas e intentar conocerlas. Os aseguro que la experiencia no os dejará indiferentes y de esta manera podréis ejercer como futuro que sois, rompiendo los viejos esquemas de las mentes pobres que juzgan y condenan a todas esas personas sin entender. No creáis lo que la sociedad hace con ellas. No son invisibles. Su existencia es indiscutible y no han nacido para pasar desapercibidas. 

Crecéis, segundo a segundo. Os escapáis de nuestras manos protectoras y egoístas, que muchas veces os sujetan por miedo a perderos. Creced y procurad que vuestro crecimiento esté siempre ligado al amor, porque no hay fecundidad posible en las relaciones humanas sin amor. Empapad vuestro conocimiento de libros, llenaos de experiencias. Todo ello forma parte del futuro que sois y representáis. Pero por favor, no lo hagáis por vosotros, ni solamente por los que os rodean, sino pensad en los que han de venir. Aquellos que han de tomar el testigo del futuro de vuestras manos. Su margen de acción dependerá de la medida en la que hayáis cuidado de dicho testigo, y del estado en el que lo entreguéis. Y el éxito en este objetivo pasa por renunciar cada uno de nosotros, con amor y humildad, moldeando nuestras vidas para el bien colectivo. I., L, comprended que el futuro solamente será si es en común. Supongo que no os costará mucho encontrar la manera de ganar mucho dinero y asentaros en una vida cómoda y despreocupada. Pero no olvidéis que vivir, vivir sólo lo podréis hacer una vez y la manera en la que lo hagáis será de especial relevancia para todo el mundo.
Feliz futuro, queridos.

sábado, 31 de octubre de 2015

Cuatro ensayos cortos para otoño


Si la situación política de un territorio actúa, por lo general, como reflejo de la situación social de dicho emplazamiento, cabe pensar que la campaña para las próximas elecciones del 20 de Diciembre será un chabacano despropósito. Chabacano, en el sentido de que tanto los políticos como la población, de nuevo en general, han malinterpretado las nuevas herramientas tecnológicas de difusión y publicación de contenidos, y las han convertido en sencillos tablones digitales en los que aparecer bailando, mostrando un nuevo look, o bien debatiendo en tertulias en las que no se defienden programas políticos sino personalidades y alter egos. Y despropósito, en tanto que, en un contexto de crisis socioeconómica (desde 2007, el 10% de los hogares más pobres en España han perdido el 13% de su salario frente al 1,5% de pérdida del 10% de los más ricos), la política no está reflejando esta necesidad de equidad en sus acciones, sino que más bien la está propiciando. Por lo tanto nos encontramos con esta doble moral: por un lado, la escena política del estado se ha acercado a la ciudadanía en su razón de ser más vulgar y desprestigiada, conquistando votos a ritmo de El hormiguero o Don't stop me now. Por el otro, se ha situado más lejos que nunca de las carencias de las personas, impasible al sufrimiento, ya no ajeno sino propio, entiendo que una sociedad es la razón de ser de su propia clase política. 
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¿Es la soledad un estado anímico, emotivo o sentimintal, o se trata más bien de una situación? Está claro que la soledad puede alcanzar al ser humano tanto eventualmente como de manera crónica. Hay ocasiones en que se manifiesta con disiumlo y misterior, en tanto que podemos estar más rodeados que nunca de personas pero, en cambio, sentirnos aislados. Y no es únicamente por causa de la personalidad del individuo que ha de padecer (o gozar, eso ya es en función de las necesidades personales) dicho sentimiento o situación. Sin lugar a duda que este eleento tiene un valor determinante, pero comparte peso en la balanza con el contexto que está recibiendo tal persona. El factor externo siempre puede generar tanto atracción como el hecho de despertar la conciencia de que aquel espacio o ambiente no responde a la idea de compañía que aquel ser ha construído o imaginado previamente. Esta acepción provoca una dualidad en la idea de la soledad, convirtiéndola a veces en consecuencia del destino (por ejemplo, una pérdida), lo que puede responder tanto a un estado anímico como a una situación; y en otras, comprendiendo el concepto como una decisión propio o una imposición externa (po ejemplo, me encuentro en un entorno con el que no me identifico y decido apartarme), lo que pienso que atiende más a la asunción de una situación como consecuencia del propio carácter personal. 

Ensayos caen como hojas en otoño (Dani Vázquez,flickr CC)
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Esta semana recibí un planteamiento interesante. La persona con la que charlaba me comentó que le parecía fácil afrontar la muerte desde la perspectiva de una creencia en que después de ésta hay algo más y no sólo eso, sino que lo que viene después es mucho mejor que la vivencia presente. Ante tal afirmación se me ha despertado esta pregunta: ¿Sentimos los creyentes facilidad ante la muerte? La persona que ha entendido el evangelio y ha conocido a Dios posee, indudablemente, la esperanza de que existe un después a su situación actual, y que ese después se corresponde a la plenitud de todos aquellos factores que aquí, en la Tierra, escasean y permanecen incompletos, como por ejemplo el amor interpersonal, el valor de la equidad o la justicia. Partiendo de esta base, no pienso que los creyentes, en general, enfoquen la muerte desde una posición cómoda. Al menos aquellos que realmente han comprendido el mensaje del evangelio. Cabe recordar que en la oración que Jesús enseña a sus discípulos se pide a Dios que se haga su voluntad tanto en el Cielo como en la Tierra. Lo cual ya permite observar el carácter incansable de esta fe, por tal de aproximar tanto cómo sea posible el valor de la Tierra al del Cielo. Y esto no es tarea sencilla. Al contrario, estoy convencido de que todos los que hemos enterrado nuestras manos en dicha labranza nos hemos encontrado con un peso que nadie más, aparte de Jesús, ha cargado. Y ya no sólo por nuestra propia salvación, sino cediendo muchos pensamientos a todas aquellas personas con las que hemos interactuado aquí. Por lo cual la muerte no es nada fácil para aquellos que se han comprometido a dedicar su vida para acercar su entorno más próximo (y el mundo, puesto que el mundo se compone de entornos) a la esperanza de plenitud posterior que les otorga su fe. En realidad, acostumbra a alcanzar por sorpresa, de forma inesperada, porque entendemos que siempre queda trabajo por hacer aquí, en el mundo. 

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El valor de la solidaridad se encuentra seriamente menoscabado porque, una vez, hemos malinterpretado el desarrollo. El avance de la tecnología masiva de difusión ha sido tomado como herramienta para alimento de los egos personales. Para publicar una fotografía, firmar un artículo, o promocionar el último vídeo en el que hemos participado o aparecido. No deja de sorprender el desconocimiento o la permisión con la que nos hemos arraigado a estas actitudes, de máscaras y enmascarados. Y aunque es evidente que la determinación de esta conducta resta a juicio de cada uno, no es difícil observar cómo el amor, la desesperación, una simple excursión por el monte o el dolor han pasado de ser elementos a destacar a converstirse en escenarios para promocionar la personalidad y sus últimos detalles. La solidaridad también ha asumido este modelo, que previamente despreciamos en los personajes de fama, y ha pérdido parte de su significado esencial de intimidad. Pienso que, precisamente, uno de los elementos que dotan de valor y de distinción a la solidaridad es la intimidad. Es el ámbito de protección necesaria para que el envanecimiento, a la vista de un público siempre oportunista, no deforme el auténtico significado de la solidaridad ni tampoco acabe convirtiéndola en una plataforma para purgarnos y justificarnos en comparecencia ante las gentes.

sábado, 17 de octubre de 2015

Cañizares y el evangelio

Las últimas declaraciones públicas del cardenal y arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, referentes al proceso constituyente de Cataluña y a la llegada a nuestro territorio de personas con necesidad de refugio, ponen de manifiesto la supervivencia del nacionalcatolicismo más recalcitrante y radical. En este sentido, creo más que conveniente la pregunta de si Cañizares ha entendido realmente el evangelio, y existen argumentos de suficiente peso, especialmente bíblicos, para afirmar que no.
Cartel de la vigilia convocada por Cañizares (elpais.com)

El pasado viernes 25 de septiembre, el arzobispo de Valencia convocava una vigilia de oración "por España y su unidad", que finalmente se llevó a cabo en la Catedral de la misma capital del Turia con centenares de asistentes. Durante la ceremonia Cañizares se atrevió a afirmar lo siguinte: "Dios quiere la unidad". Tanto la convocatoria de la vigilia, con un objetivo político claramente marcado, como las declaraciones promulgadas a lo largo del acto, subrayando específicas connotaciones en cuanto a un posicionamiento ideológico, impactan de frente con el texto que se encuentra en la epístola de Santiago, precisamente sobre la oración:



Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.
 Santiago 4:3

"¿Esta invasión de emigrantes y de refugiados, es trigo limpio?", se preguntaba el mismo Cañizares este miércoles en uno de los desayunos informativos que organiza el Fórum Europa. Poco después aseguraba que los movimientos de personas llegadas a Europa en los últimos meses son "un caballo de Troya dentro de nuestras sociedades". Si las aseveraciones en cuanto a la unidad del Estado y el uso político de las plegarias suponen una grave contradicción con lo que aconseja el texto bíblico, la acusación a las personas refugiadas que llegan de países en conflicto atentan directamente contra la palabra de la Biblia, posicionándose en el extremo contrario. Tomaré un par de los muchos textos en los que baso esta hipótesis:

Porque no hay acepción de personas para con Dios.
 Romanos 2:11

Aunque las referencias más sonadas en cuanto a la protección de los 'extranjeros' provienen del Antiguo Testamento. Precisamente, poco después que Israel abandonase Egipto y se estableciese en Canaán.

Al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.
 Éxodo 22:21

 Amaréis, pues, al extranjero; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto.
 Deuteronomio 10:19

Entiéndase en lenguaje metafórico de cada pasaje y cómo es aplicable también a nuestro contexto. El propio Cañizares, siendo utielano de nacimiento, también ha sido emigrante por causa de su oficio, cuando asumió los arzobispados de Granada, de Ávila o de Toledo. Por lo tanto sus declaraciones en cuanto a los refugiados y migrantes llegados a Europa en los últimos meses muestran su escasa y selectiva memoria, tanto para con su propia vida como para el texto bíblico que debe haber estudiado. 

El cardenal y arzobispo de Valencia, A.Cañizares (laicismo.org)
Este artículo no trata de aportar fundamentos teológicos, dada la falta de estudios al respecto de su propio autor. Lo que sí que intenta es rebatir los argumentos simplistas, el uso literal y por conveniencia de la Biblia, y la apropiación del acto religioso para el convencimiento político propio del nacioinalcatolicismo, que continúa muy arraigado en el Estado español y sigue manifestándose tan recalcitrante como en los tiempos del dictador. En este punto, es necesario destacar la palabra de Jesús en cuanto a cómo distinguir a

sus auténticos seguidores de los que tan sólo fingían para su beneficio propio. Y, a mi parecer, resulta una evidente alusión a las actitudes del Cardenal Cañizares y a su particular interpretación del evangelio.

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas pero que por dentro son lobos rapaces [...] No puede el árbol bueno  dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos [...] Así que, por sus frutos los conoceréis.
 Mateo 7: 15, 18 y 20