lunes, 23 de julio de 2012

Un reo en el bosque

Cuenta un viejo cuento que una vez existió un verde y frondoso bosque donde el agua fluía con alegría y libertad, los animales se paseaban con elegancia y pomposidad y las aves dejaban al vuelo todo su esplendor y majestuosidad. En el bosque todo vivía en completa fraternidad. Ningún ser molestaba a otro y no era necesario recurrir a la cadena de alimentación para saciar el apetito, puesto que la madre naturaleza, dueña y protectora del bosque, se encargaba de otorgar a cada inquilino lo necesario para desarrollar su vida.

Los días pasaban con normalidad. Las estaciones llegaban puntuales y se marchaban dejando su sitio a otra. El viento no soplaba con violencia sino que dejaba caer su invisible estela para acariciar el cabello de los animales y las aguas. La lluvia era bien recibida por la tierra que saciaba su sed y el sol no tenía que pelearse con los nubarrones para que le cediesen el turno.

Cierto día apareció un ser que jamás había sido visto por el bosque ni por sus aledaños. Al principio los animales pensaron que se trataba de un oso ya que se aguantaba sobre dos patas y sus brazos quedaban colgando en el vacío. Pero luego repararon en el hecho de que, a diferencia de los osos, este irreconocible ser solo tenía bello en lo alto de su cráneo. Además (fijándose ya un poquito más) pudieron observar que sus zarpas no eran largas y afiladas como las que viste un oso. Más bien eran de una piel blanquecina que daba una cálida sensación de fragilidad. De su boca tampoco salían largos colmillos. Algo no cuadraba. Aquel ser se movía como los osos pero no era un oso. Los animales desde sus escondrijos observaron y observaron el caminar de aquel misterioso ser a lo largo de su bosque.

Cuando la noche cayó y el cielo se cubrió del luminoso manto de estrellas el ser detuvo su paso y de una gran joroba que le colgaba de su espalda comenzó a sacar unos palos relucientes, cuerdas y una superficie triangular de tela, tan grande como si se hubiesen agrupado en ella todas las crisálidas del bosque. Nadie sabía qué era aquello y qué haría con ello aquel extraño ser. Pero de pronto comenzó a construir como una especie de nido gigante con forma cónica y con techo. Los palos relucientes sujetaron la tela triangular de las crisálidas por el interior y las cuerdas, que parecían diminutas lianas de color blanco, tensaron la tela por el exterior hasta que esta quedó sujeta. El sinuoso ser introdujo su cuerpo en el interior del nido y desapareció para toda la noche. Los animales y seres del bosque no detuvieron ni un solo momento su exhaustiva vigilancia pero vencidos por el sueño ya bien entrada la madrugada cayeron en sus respectivos lechos. La noche pasó y, algo cansada, dio paso a un sol dispuesto a hacer su trabajo como nunca. La incombustible luz de la mañana despertó todas las almas vivas de aquel lugar.

La sorpresa fue estridente y rocambolesca como nunca jamás se había visto en el bosque. El olor a madera recién tallada deshaciéndose en ascuas y a carne fresca chamuscándose en las mismas brasas era notorio y mareaba el sentido olfativo. Los animales, asustadizos se apresuraron a ver que ocurría pero no encontraron nada. El voluminoso nido de aquel extraño ser había desaparecido y ahora tan sólo su joroba yacía inerte en el suelo. Pero siguieron la pista de los pasos de aquellos irreconocibles pies y llegaron a una trágica y vomitiva visión. Aquel ser había talado un árbol entero, un árbol que convivía en la fraternidad de aquel bosque, y había hecho una enorme pila con todos los maderos que había logrado sacar de él. Una incansable llama servía de corona a aquella pila de maderos que se deshacía impetuosamente. Encima de este macabro sombrero de llamas una larga vara, de nuevo reluciente y de un material que probablemente no fuese madera, sujetado por el humano soportaba el peso de medio cuerpo de un animal, un animalito que también convivía en la fraternidad de aquel bosque. Las llamas devoraban su piel rápida y lentamente a la vez. Era un simple conejito, de pelo grisáceo y alegre mirada. Ahora su pelo era negro. El negro del fuego y sus brasas. Mientras tanto, aquel horrible ser dibujaba una asquerosa mueca en su cara viendo aquel sádico espectáculo.

Rápidamente los representantes de los animales de aquel increíble paraje se reunieron bajo el viejo cedro que marca el centro del bosque para discutir que debían hacer. El representante de los animales herbívoros sugirió que ellos se encargasen del problema de aquel extraño ser. Que se encargarían de educarlo en la tradición herbívora  y cultivarían sus enseñanzas en su corazón. Los carnívoros sugirieron que ellos debían encargarse del asunto puesto que el sujeto en cuestión había demostrado ser, arraigadamente, carnívoro. Los perezosos prefirieron mantenerse al margen y dar su voto a la fuerza que más poder consiguiese, ya que tenían ganas de marcharse a sus hogares a dormir y a no hacer nada.  Las aves, los más sabios de entre todos los seres que habitan en el bosque, otorgaron parte de razón a herbívoros y carnívoros pero concluyeron con que algo fallaba en sus respectivos planes y no creían que se debiesen culminar. Los animales de campo, en representación de toda la fauna menor y, también, de la flora, que veía sus intereses gravemente dañados en el ataque que había sufrido su paisano árbol, declaraban que la única solución a la incómoda visita que este extraño ser causaba era la íntegra expulsión del bosque de forma indefinida.
Los animales estuvieron debatiendo a lo largo de aquella noche que parecía no acabarse nunca. Pero al fin, comenzó a vislumbrarse el sol en el matinal horizonte y el sabio consejo del bosque tuvo que dictar un veredicto.

El veredicto final- declaro un viejo búho imperial que presidía la sesión en la copa del viejo cedro- es la expulsión de este horrible ser de nuestro amado bosque por siempre jamás, precedida de un previo castigo de cincuenta azotes realizados por los representantes de cada grupo de animales aquí, en el viejo cedro, esta tarde a las siete.

Un estruendoso aplauso flageló el silencio que imperaba en el bosque y rápidamente los animales se esparcieron para ir a sus cuevas, nido y madrigueras a informar de lo hablado en la asamblea. Después de esto, un comité formado por los animales más sigilosos, rápidos, fuertes, grandes e inteligentes de todo el bosque, se puso en marcha para capturar a aquel malvado convidado que permanecía tranquilamente en el bosque. El comité estaba encabezado por la majestuosidad del búho que había dictado la sentencia, seguido de la inamovible grandeza de un oso pardo, el mortal y amenazador sigilo de una serpiente, la velocidad de un águila y la terrible fuerza de un puma. Todos ellos, entonando un canto épico de victoria se dirigieron al lugar en el que había sido visto por última vez el extraño ser.

Cuando llegaron al lugar y lo localizaron, el comité de los animales campeones contó hasta tres y se abalanzó con todo su poderío sobre aquel ser, que ahora yacía tumbado en el suelo con una especie de palito blanco en la boca y del cual salía humo. De hecho su tos le delató. Aquel lamentable ser, en ver el poderío del rugido de aquel implacable grupo de animales trató de salir corriendo pero cuando todavía no había dado un paso el águila lo agarró con sus zarpas por el cuello y el puma se abalanzó sobre él llevándoselo al suelo y dejándolo inmóvil. La serpiente se entrelazo en sus manos impidiendo que las pudiese desatar y el oso, con un rugido, acabó de asustarlo por completo para que no se atreviese ni siquiera a abrir la boca. No hay mayor mordaza que el miedo. El búho, el más sabio de todos ellos, se encargó de explicarle el porqué de aquella situación de una forma detallada y extensa. De esta forma, el grupo de animales y el reo comenzaron el camino de vuelta al viejo cedro para concluir con su cometido y el castigo esperado.

Pero en algún lugar del camino los animales debieron olvidarse de mantener su apariencia de fieros y salvajes y comenzaron a conversar los unos con los otros. El reo comenzó a percibir que en los corazones de aquellos animales tan solo había dulzura y generosidad. Por eso se atrevió a abrir la boca y pedir agua. Un poco más adelante del camino no reparó en tratar de conseguir algo de comida a base de suplicas. Los animales eran incapaces de negar ayudar a alguien.

Llegaron hasta tal punto que la serpiente se desenlazó de entre sus manos permitiéndole que caminase que con total desenvoltura. Y así animales y reo, reo y animales, comenzaron una larga y profunda conversación llena de risas, chistes y otras anécdotas que elevaron al reo de malvado a amigo.

El día iba avanzando al igual que el camino y las siete de la tarde se iban a cercando cada vez más. Junto a ello, el castigo y la sentencia también acechaban la mente del reo mientras éste continuaba parloteando con sus nuevos amigos animales.

Entonces, de pronto, el reo reparó en que debía hacer algo para evitar que el castigo se llevase a cabo. De esta manera ideó una más que tentadora oferta para sus amigos animales. Cuando el peso de sus pasos a lo largo del camino comenzaba a hacerse insostenible reparó en que había llegado la hora de hacer aquella maravillosa oferta que había maquinado.

-Un momento, por favor- susurro el reo al resto del pelotón.
-¿Qué ocurre?- preguntó el búho con una leve expresión de sorpresa.
-Tengo que deciros algo.
-Habla-atajó la serpiente.
La respiración del reo era cada vez más fuerte dentro de su pecho y creía que no sería capaz. Entonces tomó una gran bocanada de aire y vomitó:
-Os propongo una oferta. Si me eximís de el castigo que me habéis impuesto y que merezco bajo todo pretexto prometo trabajar para vosotros y construiros unos hogares mejores de los que tenéis.

La tropa de animales se quedó quieta, observando a aquél desconocido que quería hacer un pacto con ellos. Hicieron un círculo, presidido, como siempre, por el gran búho, y comenzaron a cuchichear a espaldas del reo que se había sentado, fatigado. Después de un cuarto de hora aproximado todos los animales le miraron, se acercaron a él con su terrible aspecto y dijeron:
-Aceptamos tu trato, con la condición de que firmes un tratado conforme el cual te declaras a ti mismo como ciudadano legítimo de este bosque y, por lo tanto, no se te permite arrebatar la vida de cualquier otro animal, bajo pena de muerte.

El reo sonrió de oreja a oreja y estrechó las zarpas, las alas y los cuerpos de los animales. Una vez hubieron llegado al viejo cedro, el búho ocupó su lugar, como de costumbre, en la copa de dicho árbol y declaró ante toda la fauna de aquel fantástico paraje el acuerdo al que se había llegado con el reo. La cara de todos los animales fue de sorpresa y estupefacción. Muchos lo veían como algo negativo ya que únicamente saldrían beneficiados los animales del consejo y no creían en la garantía de un ser que horas antes había aniquilado a un pobre conejito. El búho, con el apoyo de sus camaradas del consejo, concluyó declarando como oficial el Tratado del Viejo Cedro (nombre con el que se le bautizó) y todos los animales huyeron a sus escondrijos repletos de indignación.

Los días fueron pasando y el reo construyó para los animales del consejo y sus familias grandes viviendas como la que el se había construido la primera noche en la que apareció por el bosque. De esta forma cumplió su pacto en pocos meses, ya que había trabajado muy duro, y ahora podía vivir en mitad del bosque como un ciudadano más debido a los acuerdos firmados en el Tratado del Viejo Cedro.

Con el tiempo y a base de más pactos con los miembros del consejo, consiguió que le concediesen licencias para cavar en la tierra, ahuecar árboles y recolectar toda clase de frutas y plantas. Y montó el primer negocio que existió en este bosque. Una frutería, muy mal vista por todo el bosque pero con el consentimiento del consejo, intocable y eterno. La frutería gozó de gran éxito por sus bajos precios y la calidad de sus productos. Pero poca gente, a parte del consejo y sus familias, se acercaban a comprar allí porque sabían que estaba prohibido cazar desde animales a frutas, y el consejo lo estaba permitiendo.

Los animales del bosque fueron enemistándose cada vez más con los miembros del consejo y pidieron una renovación. Pero éstos, encabezados por el majestuoso y sabio búho imperial se negaron y prohibieron cualquier tipo de votación y manifestación. Además, sugirieron que copiasen la actitud con la que crecía y se desarrollaba el ex reo.

Los animales de todo el bosque, guiados por los representantes de cada grupo no callaron sino que se manifestaron muy duramente contra aquel consejo que se había dejado corromper. Pero el consejo no se quedó de brazos cruzados y creó un cuerpo de animales “antimanifestaciones” con el objetivo de establecer una paz entre el pueblo y suprimir por completo cualquier tipo de manifestación. El ser que un día fuese reo, fue designado como líder de este nuevo cuerpo. Se mostró muy satisfecho con su nuevo cometido.

Su primera y más severa acción fue la de hacer desaparecer a los jefes de los respectivos grupos de animales. De esta forma los herbívoros, los carnívoros, las aves, los animales de campo, los animales de agua, etc., absolutamente todos quedaron sin líderes que les guiasen hacia las manifestaciones. Y cuando alguno nuevo resurgía de entre los demás también desaparecía. En un periodo de tres meses se calcula que hubo una mil desapariciones, aproximadamente. El consejo del bosque se mostró febrilmente contento con la labor de su nuevo comandante “antimanifestaciones”  y fue concediéndole más privilegios.

Éste se aprovechó de ellos para construir más tiendas a lo largo del bosque, comenzar a cazar y pescar animales de toda clase, rompiendo así los acuerdos del Tratado del Viejo Cedro. El pueblo de los animales fue haciéndose cada vez más pequeño en pos del consejo y sus insaciables miembros, y la fraternidad inicial quedó enterrada por siempre jamás.
En sus últimos días de vida, el búho imperial convocó una especie de elecciones entre los distintos pueblos de animales que configuraban el bosque para que escogiesen a su nuevo presidente del consejo. El oso pardo era el miembro más apreciado por el pueblo, de los que quedaban en el consejo, y se encargaba de llevar a cabo varios asuntos sociales. Él nunca vio con buenos ojos lo que el consejo hacía y mucho menos lo que aquel antiguo reo había llegado a conseguir. Pero siempre callaba y otorgaba.

El bosque entero le quería como nuevo presidente del consejo, porque sabían que podría cambiar las cosas y, debido a que no acababa de cuajar con el ex reo, podría arrebatarle su poder. Pero para sorpresa de todos las elecciones dieron como vencedor al antiguo reo.


¿Cómo podía ser si todo el bosque había votado al oso pardo? Más tarde se descubriría que aquel ser sin escrúpulos había manipulado las elecciones y había hecho votar a su favor a todos los animalitos que previamente cazó e hizo desaparecer. Pero para entonces ya era demasiado tarde.

Si todavía se podía guardar un leve atisbo de esperanza en el bosque, pese a que las cosas habían cambiado mucho y para mal, con la llegada de aquel ser al poder, esa pequeña esperanza quedaba más que disuelta entre las aguas del río.

Rápidamente impuso este ser su reinado de terror y todos los que no le eran favorables ni fieles desaparecían o iban a para al fondo del escaparate de sus tiendas. Controlaba la economía y el poder del bosque ¡Qué gran paradoja! Antes ni siquiera habían oído hablar de economía en aquel preciado lugar. Cada vez los animales se encontraban más y más sometidos.

Tenían derecho a votar, ya que aquel horrible ser convocaba elecciones una vez al año. Pero estas siempre eran manipuladas y siempre salía él como presidente electo. Los miembros de su consejo y él vivían una vida basada en el lujo y la riqueza mientras que la estabilidad y la fraternidad del el resto de familias iban desapareciendo a un ritmo desenfrenado. Se les impuso un impuesto a pagar al consejo del bosque, como compensación de todo cuanto hacían por el pueblo. Después vino otro impuesto, y luego otro, y otro más, y así sucesivamente hasta que los animales ya no sabían que impuesto era cada uno.  Además los miembros del consejo robaban a los pobres habitantes de sus propias casas cuando se les antojaba  y siempre protagonizaban escándalos de corrupción con los diversos tenderos del bosque.

Todo se había encarecido y la belleza y la elegancia de aquel bosque que un día fue frondoso se perdió en el color verde de las hojas de sus escasos árboles.
Y pese a que aquel ser y los miembros del consejo fueron muriendo, sus descendientes, a cada cual más cruel, fueron ocupando los cargos de sus ancestros y los animales de aquel bosque nunca jamás volvieron a vivir como antes. Pasaron sus vidas en el sometimiento de un trabajo cuyos beneficios iban destinados en su completa mayoría a un consejo cuyos intereses vivían demasiado lejos del amor y el cuidado a su pueblo.

Y de esta manera, un lugar que un día fue imperturbable y cuyas leyes eran regidas por la propia sabiduría de la naturaleza, se transformó en un lugar hostil, donde el agua se estanca hoy convirtiéndose en una ciénaga putrefacta y maloliente y se respira un aire cansado que emana de un cielo  muy gris y ya ni siquiera vive el viejo cedro para verlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario