Giovanni
Battista Cybo, seguramente más conocido por todos como Inocencio VIII, fue un
papa que regentó la iglesia católica desde 1484 hasta 1492. Una de sus primeras
medidas recién llegado al cargo fue un intento de cruzada contra los turcos
pero resultó que los monarcas cristianos de la época rechazaron su propuesta,
gracias a Dios.
Su obsesión
principal fue siempre la brujería. De hecho inició la que se conoce como la
primera “caza de brujas” en Alemania junto a los inquisidores Kramer y
Sprenger. Además fue un claro antecesor de la Inquisición española y en 1487
nombró a Tomás de Torquemada gran inquisidor de España. Otorgó el título de
“Católica majestad” a los reyes Isabel y Fernando tras su conquista del reino
de Granada, que desde entonces pasaron a ser conocidos como los reyes
católicos.
Pero su muerte
fue lo más trágico de su historia. Tras un pontificado caracterizado por un
clarividente nepotismo, visible en hechos como el nombramiento del hermano de
su nuera como cardenal cuando este solo tenía 13 años, falleció enfermo
tratando de curarse mediante transfusiones orales de sangre. El gran
inconveniente fue que la sangre que utilizó pertenecía a tres niños de diez
años, los cuales fallecieron con él.
Así, el 25 de
julio de 1492, Inocencio VIII moría y se llevaba consigo, a parte de todo lo
demás, la vida de tres pequeños inocentes.
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