lunes, 13 de agosto de 2012

La sangre de inocentes pesa

Giovanni Battista Cybo, seguramente más conocido por todos como Inocencio VIII, fue un papa que regentó la iglesia católica desde 1484 hasta 1492. Una de sus primeras medidas recién llegado al cargo fue un intento de cruzada contra los turcos pero resultó que los monarcas cristianos de la época rechazaron su propuesta, gracias a Dios.

Su obsesión principal fue siempre la brujería. De hecho inició la que se conoce como la primera “caza de brujas” en Alemania junto a los inquisidores Kramer y Sprenger. Además fue un claro antecesor de la Inquisición española y en 1487 nombró a Tomás de Torquemada gran inquisidor de España. Otorgó el título de “Católica majestad” a los reyes Isabel y Fernando tras su conquista del reino de Granada, que desde entonces pasaron a ser conocidos como los reyes católicos.

Pero su muerte fue lo más trágico de su historia. Tras un pontificado caracterizado por un clarividente nepotismo, visible en hechos como el nombramiento del hermano de su nuera como cardenal cuando este solo tenía 13 años, falleció enfermo tratando de curarse mediante transfusiones orales de sangre. El gran inconveniente fue que la sangre que utilizó pertenecía a tres niños de diez años, los cuales fallecieron con él.
Así, el 25 de julio de 1492, Inocencio VIII moría y se llevaba consigo, a parte de todo lo demás, la vida de tres pequeños inocentes. 

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