Es curioso, y por eso nos gusta curiosear, la cantidad y diversidad de homenajes y conmemoraciones que se realizan. Además de la curiosidad que estos actos encierran en su propia esencia tenemos el hecho de la curiosidad que despierta en nosotros, los meros espectadores, el o los motivos y causas que originan su realización.
Siento llegar tarde, en el sentido literal de la
palabra. Si se me permite, me excusaré anunciando que la información sobre este
hecho no la recibí hasta el día 3 de agosto. ¿Que qué tiene que ver eso? Pues
hombre, que el homenaje y simbolismo del que vamos a hablar tiene lugar,
periódicamente, cada 1 de agosto. Me refiero a la congelación por un minuto de
la ciudad polaca de Varsovia.
En efecto, cada año, el primer día de agosto representa un momento
muy especial para la ciudadanía polaca. Un recuerdo oscuro pero a su vez
cargado de emociones y orgullo. Florecido de una extrema sensibilidad. Tal
llega a ser esta sensibilidad que el populacho se congela durante un minuto
completo.
El motivo o causa de dicho homenaje es la
conmemoración de “la rebelión de Varsovia”. Este hecho representó una de las
primeras incursiones armadas en Europa contra el poder dominante del nazismo.
Uno de los primeros alzamientos por parte del pueblo contra el “gigante”, por
tal de recuperar la libertad que le había sido arrebatada.
Este hecho sucedió el primero de agosto de 1944,
cuando la resistencia polaca nacida en
uno de los guetos de la ciudad se
alzó en armas contra verdugos. El
esfuerzo de dicho alzamiento requirió la vida de más de 200 civiles, y aunque
el resultado no fue el de arrancar al enemigo ocupa de su país dejaron a la
vista de todo el mundo la debilidad que el ejército nazi mostraba y arrastraba.
Aquellos civiles fueron asesinados y el ghetto en el
que se originó el alzamiento se clausuró y quedó enmarcado como una ciudad
fantasma. Pero lo que las fuerzas nazis no pudieron lapidar fue el recuerdo que
unos compatriotas legaron, y que tan sólo, y por encima de todo, anhelaban
regresar a su amada libertad.
Este recuerdo ha perdurado hasta nuestros días a
través de muchos homenajes. Uno de ellos, por ejemplo, es la maravillosa
película de Roman Polansky The pianist.
Otro, y permítaseme decir más emotivo, lo encarnan los habitantes de una
Varsovia que hoy respira libertad. A través de esa “congelación” en el tiempo
toman el fusil de valentía de sus ancestros y lo cargan de orgullo y
reconocimiento.
Viven congelados en un eterno minuto de historia.
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