Un pie de guerra que se sostiene
sobre muchas, demasiadas, falanges. El odio se establece cómo la primera gran
guerra que impera en nuestras calles. Esa repulsión, que por cierto todo
sentimos, respecto a cualquier medida o acción que el prójimo haga ha llegado a
unos niveles insostenibles para la espalda de cualquier corazón. Las
limitaciones físicas de los sentidos y la falta de un puro, y también
controlado claro, ascetismo nos estancan en un gran lagar de odio, donde cualquier
sentimiento antónimo es trinchado y remachado.
Y lo peor de toda esta guerra es el silencio. El silencio en el que la
envolvemos. No seríamos capaces de mostrar todo nuestro odio hacia una persona,
o quizá algunos si, pero sí permitimos que abrase todo nuestro interior
quemando a su paso todo lo honesto y limpio que guardamos.
Tenemos otra guerra aparte del odio.
La guerra de ideas y valores. Se han perdido las máximas y los axiomas. Han
desaparecido. Los hemos borrado. Hoy se alza ante nuestros ojos, vacío ya de
expectación, toda una maraña de ideas y valores antagónicos los unos de los
otros que luchan por escalar más y más arriba en los estatus sociales y las
mentes de la población. Pero para escalar necesitan extirpar cualquier
competencia que pueda llegar más arriba que ellas mismas o incluso cualquier
competencia que exista. De esta forma tenemos una compleja guerra de ideas,
valores, sentimientos, emociones, etc., que no permiten una convivencia con
otras diferentes de ellas y, así, tenemos una aniquilación masiva del respeto,
la libertad y, sobretodo, la libertad de expresión.

Seguro estoy de la existencia de
muchas más guerras fácilmente plausibles en nuestro efímero imperio que es el
mundo pero prefiero no sacarlas a la luz y dejarlas en su lugar. Prefiero que
cada uno examine la situación y trate de verlas por sí mismo. Y cuando las vea
no cruce sus brazos y siga caminando estas calles tan enrojecidas. Simplemente,
que luche y que muestre una disposición y una voluntad a esta lucha. Estamos en
pie de guerra. Nuestro pie de guerra. Creamos que si queremos podremos moverlo
de donde está.
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