lunes, 20 de agosto de 2012

Oda a una crisis


Cuando el sol se alza en su esplendor
y de oro cubre este amanecer,
la ciudad despierta de su última noche
y sus habitantes, todos, inician un día más
sus rutinas como si de extrañas expediciones se tratase.

Sopla un viento árido, reseco, que escuece en los ojos.
Las nubes visten estos días frágiles sin atención ni pudor.
En el cielo el sol quema. Aquí abajo en la ciudad,
la llama no ha dejado de arder.
Los habitantes, todos, resoplan, de nuevo, se amargo quejido.

Los días vienen y van sin sentido alguno, sin valor ninguno.
Los países, unos y otros, confrontados
y con las armas prevenidas,
buscan el saciar su anhelo de poder.
Desean un control ilimitado, sobre la noche y el día.

Los rostros languidecen por las calles
y la felicidad se oculta tras las más sucias esquinas.
La pobreza ha enganchado a su remolque las almas que ha querido;
todas aquellas que en realidad se le han permitido.
Y se hunde en la mugre de la nada, con todas ellas, sin dejar ninguna.

El mundo gira en torno a un papel pintado
con la sangre de los pueblos, 
y al metal de una circunferencia que observa
con el rostro atento de algún villano
o de algún poeta olvidado.

La guerra se alza entre la maleza,
con más furor que nunca,
alegre de este frío silencio que nos consume a todos por dentro.
La condena está echada sobre nuestras suertes
y ésta disfruta viendo como nos devoramos sin pudor.

Las manos, separadas, regresan a la hostilidad del tacto del arma,
fría y traicionera amiga que acompaña al descontrol en una fuerza.
Los ojos son, ahora, austeros. Buscan su comunidad,
en el color, en la forma, en la simple apariencia,
para unirse a ella y creerse más fuertes hasta despreciar.

Las bombas y los disparos llueven
lejos de los casquillos de cualquier bala o proyectil.
Sobre el papel y la tinta, la voz y el oído, y la incombustible vista,
se plasma toda esa violencia arraigada con fuerza en los corazones.
Ataques diarios bañan de sangre la pureza de cualquier idea o pensamiento.

Las flores caen, los campos se arrasan, las lágrimas
como manantiales botan de los ojos.
La esperanza es una mecha ya consumida
Y el amor se reduce a simple cera derretida.
Y ese monstruo, esa crisis insaciable
 que nosotros colocamos en su trono
llena su estómago hasta más no poder
de las desgracias y los desgraciados que emanan de los suelos.
Se regodea con una asquerosa mueca en su cara
y continua llenando sus bolsillos
de sueños olvidados, recuerdos enterrados y vidas consumidas.

Jonatán S.
La letra  pequeña
20/8/2012

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