El otro día ojeando el Diari de Tarragona pude observar con los
ojos, pero sobretodo con el corazón, una fotografía que hubiese deseado no ver
jamás. En el daguerrotipo aparecía un niño tumbado sobre una especie de
camastro con una manta que le cubría el cuerpo hasta el cuello. Sus ojitos
estaban cerrados. Un grupo de personas con una tristeza más que plausible en
sus rostros portaba la camilla. En el titular de la noticia pude observar el
sustantivo propio de Siria y entonces pensé que no quería leer el pie de foto.
Aún así, haciendo de tripas corazón, pude descender hasta el límite inferior
del marco en el que se alojaba la foto y comencé a leer lo que me esperaba pero
que no quería corroborar. Aquel trágico pie informativo anunciaba la muerte de
un niño sirio de cuatro añitos tiroteado, mientras trataba de escapar por una
de las fronteras.
¿Qué esta ocurriendo? ¿Qué estamos
haciendo mal? Es lo único que puedo preguntarme cuando veo un desastre de tal
magnitud. La revuelta siria no está siendo cómo la del resto de países árabes.
Y no con esto quiero decir que en las otras no se sufriese. Pero aliciente
negativo que contiene esta guerra es único. No se vio en los padecimientos de
sus hermanos libios. Otro claro ejemplo de revolución acompañada de austeridad.
La guerra civil de Siria ha superado al resto de revoluciones de los países
árabes. Pero es una superación para mal, claro está. La deshumanización y la
falta de presencia de valores humanos son únicas. Puede que hasta propios de la
época de la Segunda Guerra
Mundial y la cruel trata de judíos.
Siria atestigua la muerte cuatro de
periodistas, sin contar la huída forzada de otros muchos, de civiles,
bombardeados por su propio país, la negación de ayudas humanitarias por parte
de Cruz Roja y otras organizaciones y, ante todo, una deshumanización que ha
acabado con todo, incluso con la vida del niño de la foto. En general, Siria
atestigua la muerte y el horror.
Sobran razones para elevar un gemido
al cielo por tales atrocidades. Más, cuando sabemos que esta guerra ha tenido,
tiene y tendrá una cálida acogida por muchas naciones. La ONU se siente de brazo
cruzados ante las negativas de Rusia y de China de intervenir en el conflicto.
Otros países dan “apoyo” al bando rebelde, cómo Estados Unidos a través de su
CIA o Turquía en la frontera kurda, a cambio de beneficios cuando la guerra
finalice. El resto de naciones manifiestan alguna queja, alguna desigualdad,
algún malestar, o simplemente se mantienen al margen.
Siria entera comete y atestigua
crímenes contra la humanidad y el mundo la encubre. La deshumanización nazi que
estamos viviendo en Siria estos días se ha expandido al resto de la esfera
global. No a través de un fusil y cuatro balas, sino a través de unos corazones
endurecidos cómo rocas que no recalan en el mínimo atisbo del derecho humano. Y
digo “estamos viviendo” porque, francamente y desde mi punto de vista, la
sangre de este niño de cuatro años nos ha salpicado a todos. Rusos y chinos también,
aunque se nieguen a ello. También a los americanos, aunque tras este hecho no
se pueda extraer ningún tipo de beneficio o sí.
Todos somos soldados de esta guerra
que estamos viendo con nuestros ojos y escuchando con nuestros oídos pero,
sobretodo, permitiendo con nuestra pasividad.
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