

Siria atestigua la muerte cuatro de
periodistas, sin contar la huída forzada de otros muchos, de civiles,
bombardeados por su propio país, la negación de ayudas humanitarias por parte
de Cruz Roja y otras organizaciones y, ante todo, una deshumanización que ha
acabado con todo, incluso con la vida del niño de la foto. En general, Siria
atestigua la muerte y el horror.
Sobran razones para elevar un gemido
al cielo por tales atrocidades. Más, cuando sabemos que esta guerra ha tenido,
tiene y tendrá una cálida acogida por muchas naciones. La ONU se siente de brazo
cruzados ante las negativas de Rusia y de China de intervenir en el conflicto.
Otros países dan “apoyo” al bando rebelde, cómo Estados Unidos a través de su
CIA o Turquía en la frontera kurda, a cambio de beneficios cuando la guerra
finalice. El resto de naciones manifiestan alguna queja, alguna desigualdad,
algún malestar, o simplemente se mantienen al margen.
Siria entera comete y atestigua
crímenes contra la humanidad y el mundo la encubre. La deshumanización nazi que
estamos viviendo en Siria estos días se ha expandido al resto de la esfera
global. No a través de un fusil y cuatro balas, sino a través de unos corazones
endurecidos cómo rocas que no recalan en el mínimo atisbo del derecho humano. Y
digo “estamos viviendo” porque, francamente y desde mi punto de vista, la
sangre de este niño de cuatro años nos ha salpicado a todos. Rusos y chinos también,
aunque se nieguen a ello. También a los americanos, aunque tras este hecho no
se pueda extraer ningún tipo de beneficio o sí.
Todos somos soldados de esta guerra
que estamos viendo con nuestros ojos y escuchando con nuestros oídos pero,
sobretodo, permitiendo con nuestra pasividad.
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